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Recordemos que hace unos años el sensacionalismo estaba reservado a publicaciones de baja estofa dedicadas a alimentar el morbo de las clases bajas mientras las llamadas élites sociales se dedicaban a leer las publicaciones de temas de pensamiento económico y político. De hecho “Time”, “Newsweek”, “France Observateur”, seguían esta línea de publicaciones para una minoría culta. Lo fue en Colombia en los años 50 la revista Semana. La consolidación de una economía basada en el consumismo trajo como consecuencia inmediata la desaparición del lector serio y en aras de la banalización se sustituyó al periodismo responsable por un periodismo light, vacío, ya que ni siquiera fueron capaces de administrar la frivolidad en tanto ésta exige un estilo ágil, mundano, deliberadamente superfluo. Pero en este medio nuestro los nuevos clubman no han pasado de ser caricaturas provincianas, incapaces de acceder a un savoir vibre.
De este modo, así como la industria de la cultura se ha dedicado a lanzar a escritores banales presentándolos como escritores serios –García Márquez tiene su Isabel Allende- igualmente cierto periodismo cayó en los argumentos del marketing que exige la oferta de “lo único”, yates, chalets, marcas de ropa, todo esto con el más crudo exhibicionismo publicitario, ante el cual lo político y lo que antes llamábamos realidad nacional se disuelven melancólicamente en la tontería para que nadie pierda el sueño ante los graves problemas que vive el país; ante estos escándalos, presentados cinematográficamente en una cadena de secuencias para no causar impacto moral alguno ante un ciudadano ya anestesiado por estos llamados relatos del poder o “storytelling”, como acertadamente los llama Cristhian Salmón: “la máquina de fabricar y formatear mentes”. Muertos los grandes relatos sobre el mundo y ávido este nuevo consumista de nuevas historias, de nuevos relatos, lo que debía ser la Historia y la responsabilidad ética ante ella, ahora los poderes en juego la manipulan mediante el “estage craft” en secuencias cinematográficas, tal como ha sucedido con la llamada crisis financiera donde “el relato es la nueva moneda de la gestión financiera” pues “las historias son vitales para dar sentido a las cifras, proporcionan un texto y captan la imaginación de la gente”. ¿No es esto lo que cada determinado tiempo y encadenadamente estamos viviendo los colombianos? ¿No es ésta una hábil estrategia para maquillar la realidad, para disfrazar el alcance humano de una catástrofe?