Alguien le preguntaba, cuando se hablaba de los asombrosos avances tecnológicos de la medicina actual, cuál de ellos sería en su concepto el más importante. El ilustre pensador madrileño responde: la silla
En la compleja historia de España del siglo XX se destacan figuras y caracteres de enorme peso específico debido a su poderosa producción intelectual, literaria, estética, científica. Ramón y Cajal, Severo Ochoa; Ortega y Gasset, sus discípulos y colegas: Xavier Zubiri, García Morente, don Julián Marías, Pedro Laín Entralgo. Algunos de ellos, autores asombrosamente poco considerados en los ámbitos académicos hispanoamericanos: cada uno brilla por la autenticidad e importancia de sus producciones en diversos campos, la historia y el conocimiento de la inocultable realidad les hará justicia, es sólo cuestión de tiempo y de amor por la verdad.
Entre aquellas lumbreras se destaca la figura de don Gregorio Marañón, médico endocrinólogo, escritor prolífico, pensador y protagonista de los acontecimientos y convulsiones de siglo pasado en la península. Cuentan una bella anécdota de Marañón: alguien le preguntaba, cuando se hablaba de los asombrosos avances tecnológicos de la medicina actual, cuál de ellos sería en su concepto el más importante. El ilustre pensador madrileño responde: la silla; este sencillo mueble que le permite al médico sentarse para disponerse en calma a escuchar lo que su paciente tiene para decirle.
Marañón –como otros grandes de la medicina y el humanismo, Osler, Pellegrino, Frankl- tiene cabal conciencia de la importancia de la escucha en la relación terapéutica. Muchos grandes médicos han hecho énfasis en la importancia de esta actitud, que hace parte obvia de lo que es una buena relación con el paciente, la posibilidad de que tenga lugar la empatía, es decir, la expresión de una sincera actitud de quien se pone en los zapatos del otro, manifestando la voluntad de oír, la disponibilidad a la comunicación con el otro, persona que suele atravesar por momentos de necesidad de ayuda y de ser escuchado y acogido.
El acto terapéutico –en una tortuosa relación hoy cada vez más permeada por la intermediación de informática, tecnología, burocratización y despersonalización- requiere del encuentro directo entre dos personas. Así es posible aproximarse al resultado concreto de la therapeia, la curación, algo que muchas veces acontece como catharsis, liberación, alivio del espíritu.
Muchos de nosotros, sin ser necesariamente enfermos o pacientes, habremos experimentado en ocasiones aquel alivio que se obtiene al compartir la confidencia con un oído atento y amigo que nos escucha de modo prudente y respetuoso. Cuántas veces se descargan pesos que necesitaban de aquel espacio del diálogo y del compartir con quien escucha. Cuántas veces la mente, después de estos encuentros, logra ver mucho mejor, de modo despejado y sereno, panoramas que antes parecían borrosos o equívocos.
La escucha es condición necesaria para el encuentro interpersonal. No es necesaria muchas veces la respuesta; las palabras parece que sobraran. Es en la actitud de respeto hacia el otro, de interés por su necesidad de comunicación, el ámbito en que tiene lugar un encuentro de amistad que se convierte a la vez en ocasión de mejoramiento mutuo para quienes experimentan el intercambio de hechos y circunstancias, temores, ideas, proyecciones y expectativas.
La escucha como actitud y como práctica. La escucha que incluye el silencio reflexivo y esperanzador, la mirada de comprensión y de apoyo. Estas acciones tienen lugar con mucha frecuencia, frente a un café, utilizando aquel mueble, herramienta poderosísima, producto del ingenio y de la tecnología que le hace dar las más asombrosas formas materiales y estilos: la silla del profesor Gregorio Marañón. Un prodigio que se puede poner inteligentemente al servicio de la humanidad, de la comprensión y del respeto.