Estados de vigilancia: el cáncer de la democracia

Autor: La Urna Abierta
13 noviembre de 2019 - 12:00 AM

Habitamos una sociedad donde prevalece la continua violación e irrupción sobre el campo de la vida íntima y privada.

Medellín

Manuela Pérez Soto

Actualmente estamos edificando la mayor arma de opresión de la vida del hombre. El modelo de sociedades disciplinarias planteadas por Foucault, donde la dominación social se establecía mediante la instauración de grandes organizaciones de encierro y concentración, constituye nuestro pasado inmediato. Las variables de tiempo y espacio se han ido modificando de la mano de las nuevas formas de socialización y las constantes transformaciones tecnológicas que experimenta la humanidad. 

Claramente es un tipo de sociedad que ha entrado en una crisis generalizada y se ha visto reemplazada poco a poco por las hoy conocidas sociedades de control.

Lo más interesante es que ligado a esto se dio paso a una sociedad cada vez más distinguida por novedosos mecanismos de control político y social y de vigilancia líquida. Hemos evolucionado de un conjunto de estructuras sólidas como los panópticos que vigilaban las antiguas prisiones, a dispositivos más líquidos que se asocian directamente con el contenido, la seguridad y la observación.

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Lo peor es que habitamos una sociedad donde prevalece la continua violación e irrupción sobre el campo de la vida íntima y privada. Y esto considerando que según el artículo 15 de la Constitución Política de Colombia: “la correspondencia y demás formas de comunicación privada son inviolables”. En otras palabras, tenemos derecho a la privacidad, la cual debería ser un valor de nuestro siglo, ya que sin ella, perdemos la libertad misma, nuestras libertades básicas, socavando así, nuestra estructura democrática.

Recordemos que además de ser una costosa vigilancia, encarna un riesgo para la democracia, porque cuando las sociedades pierden control, los gobiernos rápidamente comienzan a tomar decisiones sin consultar previamente a los ciudadanos y demarcan los límites de nuestras vidas sin consultarnos.

En este sentido, las grandes instituciones y organizaciones utilizan novedosos mecanismos y sistemas de control, recolección y cruce de valiosa información sobre los ciudadanos, como formas de almacenar y adquirir datos sensibles y conocimiento de su población. Me llegan a la mente ejemplos como los navegadores de internet, las transacciones bancarias, los informes biométricos, los documentos de identidad, los registros médicos, los SMS, la compra de tiquetes de vuelo en línea, la adquisición de una tarjeta de crédito o hasta la cívica del metro que utilizamos a diario. Y esto sin tener en cuenta nuestros ordenadores, las cámaras de las calles o hasta nuestros móviles, siendo los últimos una de las mayores fuentes de retención de datos, ya que a partir de estos las grandes compañías de telecomunicación venden nuestra información y espían gran parte de nuestra vida.

Sin embargo, percibo que el debate sobre la pérdida de privacidad pasa a segundo plano para la ciudadanía, la defensa de este derecho no es asunto primordial sino más bien abstracto. De manera que la pregunta más interesante es ¿si no somos “importantes” por qué debería preocuparnos toda esta vigilancia por parte del Gobierno y las grandes empresas?  Si tomamos como referencia el concepto del Gran Hermano, planteado por George Orwell en su libro “1984”, comprenderemos que esta es una de las armas de ataque más eficientes de los gobiernos para aumentar su influencia en un Estado de control.

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Estamos en una sociedad parecida a una fábrica de metadatos, es decir, de contenidos registrados en tiempo real sobre lo que hacemos o dejamos de hacer, los cuales luego serán vendidos o utilizados como antecedentes en cualquier lugar del mundo. Toda esa aglomeración de metadatos se traduce en un modelo en red lleno de asociaciones humanas, que revela un sinnúmero de registros e interacciones que se convierten en algoritmos y a partir de los cuales trabaja el Gobierno y las grandes agencias de vigilancia.

Por eso no resulta inverosímil creer que nos controlen a nosotros, a la gente “común” y sin influencia política para defenderse o protestar considerablemente. Y a diario estamos colaborando con esto, pues en vez de cerrar las puertas de nuestras casas siempre esperamos a que pongan la cerradura desde afuera.

Por fortuna, aún estamos a tiempo de comprender cómo funcionan las prácticas e instrumentos de seguridad para proteger nuestro contenido, salvaguardar nuestra identidad cultural y preservar nuestra privacidad.

Aunque como ciudadanos cometemos dos errores frecuentemente: infravaloramos y despreciamos el valor de la numerosa información que producimos diario. Claro: somos nosotros los que estamos asistiendo a un modelo de sociedad totalmente nuevo, donde podemos reequilibrar nuestros derechos de privacidad. Pero nunca está de más entender que no tenemos que ceder nuestras libertades para tener seguridad, protección o un buen Gobierno.

Por fortuna, si trabajamos juntos podemos llegar a tener un gobierno honesto y salvar a las siguientes generaciones de la metástasis de un cáncer de una vida protocolizada por el extremo control y vigilancia.

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