Es tan delicado el cometido que además de la formación de la persona del columnista, se necesita una buena dosis de honestidad y el compromiso ineludible con la verdad por encima de partidos, tendencias y creencias.
La verdad tendría que ser la constante vital del hombre, pero desde la primera infancia, evadiendo las consecuencias del concepto formativo de sanción por malas acciones, la mentira se va apoderando de la cotidianidad. Luego, un sistema educativo incoherente y atado a las prescripciones del aparato político reinante, nos enfrenta a la verdad como algo que no siempre es oportuno, y se nos van llenando el alma, la mente y la práctica de argumentos para defender la mentira como herramienta de convivencia. Nos volvemos seres convenencieros y la verdad se vuelve relativa, se vuelve mentira y falsedad.
Lastimosamente, asuntos como la política, la diplomacia y aun las relaciones públicas se nutren de falsas premisas y de elaboraciones tácticas de falacias dirigidas a acabar con el contrario o a obtener beneficios. Y un bien tan importante para la sana convivencia de las personas como lo es la Justicia, muchas veces adolece de buenos instrumentos que permitan definir los derechos a partir de la verdad, llegándose a hablar de una verdad judicial que idealmente se forma a partir de lo que se tiene al alcance del proceso y es lo que importa: se prueba y falla a partir de elementos que pueden ser o no ciertos.
Alguien, alguna vez, dijo que el papel de los intelectuales es estar siempre al servicio y búsqueda de la verdad. Un columnista, por ejemplo, es quien, por sus conocimientos y experiencia, por los nutrientes racionales que ha recibido en su vida, es capaz de argumentar y explicar fenómenos sociales, científicos o políticos con la intención de guiar y formar la opinión pública. Es tan delicado el cometido que además de la formación de la persona del columnista, se necesita una buena dosis de honestidad y el compromiso ineludible con la verdad por encima de partidos, tendencias y creencias.
Pero además la modernidad y los avances tecnológicos nos han traído el nuevo tormento de los que usan las redes sociales para calumniar y acomodar cualquier situación a su propio interés y entender. La verdad sucumbe ante la salvaje arremetida de los carteles de la desinformación y de la falsa noticia, para usar un término en boga. Son muy hábiles estos personajes que se pasan la vida opinando sobre lo que no conocen, calumniando y abusando de unos medios que han sido creados para mejorar la comunicación entre las personas. Aunque se ha ido tomando conciencia, aún falta mucho por controlar.
Todo lo anterior lleva al planteamiento del rol de los medios de comunicación, de sus directores, periodistas y columnistas en la formación de opinión pública desde la óptica de la información veraz y responsable. Hay disciplinas como las artes, el derecho o el periodismo que deben volver al concepto de escuelas en las que la formación ideológica nos lleve a la importancia del papel que cumplen para la sociedad y en favor del bienestar generalizado. En el caso que nos ocupa, no se trata de fabricar profesionales sino de formar periodistas y comunicadores con un bagaje filosófico que los lleve a un saludable compromiso con la verdad y la ética.