El señor Duque ¿oye voces?, ¿tiene un alter ego?, ¿es juguetón?, ¿es lobo?, ¿sabe quién es?
Esa era una especie de sentencia que lanzaban las madres antioqueñas antes de proceder al chanclazo de rigor, cuando quiera que el muchacho hacía alguna de esas estupideces inexplicables que se cometen a diario en la juventud.
La sanción se ejecutaba sin grandes juicios previos, pues poco les importaba a esas abnegadas mamás si el pelao, en efecto, era bobo o se estaba haciendo.
Uno se hace el mismo cuestionamiento a propósito del señor Duque que despacha desde la Casa de Nariño por estos días, pues resulta insólita su respuesta cuando un periodista del periódico El Heraldo le pregunta sobre los bombarderos de Caquetá que dejaron ocho niños muertos: “¿De qué me hablas, viejo?”
La historia ha demostrado que cuando los pueblos se preguntan con relación a los gobernantes, si son bobos o es que se están haciendo, proceden con igual rigor.
Es el caso de Faruq de Egipto, para citar un primer ejemplo. Su majestad que era por la gracia de Dios, nada más y nada menos que “Rey der Egipto, soberano de Nubia, Kardofán y Darfur” gobernó entre 1936 (tenía 16 años) y 1952, era adicto a los juegos de azar y un cleptómano consumado. De hecho, la historia registra que le robó un reloj a Winston Churchill. Su incapacidad manifiesta llevó a que fuera derrocado por un grupo de militares liderados por Gamal Abdel Nasser. Ya por fuera de palacio, descubrieron que una de las gracias del reyecito era poseer la colección de pornografía más grande del mundo.
No menos patética es la historia de Carlos VI de Francia, loco de amarrar que se creía de cristal y mantenía un terror pánico a quebrarse, cuando no era que espantaba a todos por los pasillos de palacio aullando como un lobo. Fue heredero del trono a los 12 años (1380). Es su ineptitud la que desencadena la guerra civil y el enfrentamiento entre los Borgoña y los Orleáns, con consecuencias nefastas.
El emperador Zhengle de China, de la dinastía Ming, empezó su gobierno a los 14 años (1505) y se quedó en esa edad para siempre. Jugó durante todo su reinado: a ser tendero, a ser general…le montaban escenarios en palacio para que cumpliera sus fantasías hasta cuando estas terminaron siendo intolerables. Tenía un alter ego, Zhu Shou, que lo terminó absorbiendo. Cuando murió no sabía ni quién era él mismo.
Justiniano Segundo en la antigua Roma era totalmente paranoico, oía voces, se escondía bajo la cama para no escucharlas. Su trono tenía ruedas para que su guardia lo empujara por los pasillos, pues era lo que más le divertía. Tuvo un mal fin el pobre.
Las coincidencias son aterradoras: El señor Duque ¿oye voces?, ¿tiene un alter ego?, ¿es juguetón?, ¿es lobo?, ¿sabe quién es?
Bernard Shaw, fundador de la célebre Sociedad Fabiana, escritor y periodista destacado y dotado de una inteligencia mordaz, lanzó una frase lapidaria que describe de cuerpo entero la tragedia de personaje que estamos sufriendo: “Cuando un hombre estúpido hace algo que le avergüenza, siempre dice que cumple con su deber…”