Tempestad y naufragio

Autor: Luis Felipe Dávila
2 agosto de 2020 - 02:07 AM

Los tiempos posteriores a esta peste serán difíciles y, con tristeza lo digo, reinará con mayor corona y con cetro más largo: la desigualdad, la desinformación y el autoritarismo.

Bogotá

Hace pocas semanas lamentaba la perdida de muchos negocios, frágiles como nosotros. La pequeña empresa que va cerrando sus puertas, una a una, abatida por la peste que marcará el fin de un periodo y el comienzo de otro. Algunos intelectuales europeos ya lo habían dicho; sin embargo, mi diagnostico no es tan optimista. Los tiempos post-covid serán peores. Al igual que con la última crisis económica estadounidense, los ricos serán más ricos y los pobres y la clase media, serán igualados en una sola palabra. No todos los ricos aumentarán su capital, pero seguramente un gran porcentaje de ellos si lo hará. Y lo harán en grande. Los tiempos posteriores a esta peste serán difíciles y, con tristeza lo digo, reinará con mayor corona y con cetro más largo: la desigualdad, la desinformación y el autoritarismo.

Lea también: La fragilidad de la pequeña empresa

Tal vez fue Žižek el que afirmó que esta pandemia contribuiría a la configuración de un modelo socialista, y que el virus le haría al capitalismo una clave secreta de Kung-fu basada en cinco toques mortales, y posteriormente lo derrotaría. Al igual que en la película Kill Bill: volumen 2, de Tarantino. Obrando así, una especie de destrucción creativa. O más bien, siendo el virus un catalizador y un codazo útil. La verdad, esta mirada me sorprendió muchísimo, de hecho, me causo risa. Es increíble que un intelectual de su peso escriba un texto tan ingenuo. El artículo es bien conocido, fue publicado en varios diarios extranjeros y también en un libro virtual colectivo llamado: “La sopa de Wuhan”. De hecho, es a partir de la lectura de ese texto que se me ocurren estos párrafos.

Byung-Chul Han se ubicó en el extremo opuesto, indicando que los efectos de la pandemia no serán ni festivos, ni revolucionarios, ni redistributivos. El virus les da a los gobernantes la excusa perfecta para controlar, para hiper-vigilar, para desinformar o hiper-informar (que es casi lo mismo que desinformar, en mi criterio). Con la pandemia, los Estados reclaman de nosotros disciplina, asepsia y obediencia ciega. No en vano, son los países asiáticos los que mejor han contenido la enfermedad y su avance. Superando con creces a Europa y Estados Unidos (de América Latina mejor ni hablemos). En cuanto a disciplina, asepsia y obediencia, es el modelo chino el ejemplo a seguir en gran parte del mundo; sin embargo, es un modelo que Byung-Chul Han no desea, ni yo tampoco.

Giorgio Agamben retoma su idea del estado de excepción, y aunque le llovieron críticas por asegurar que la pandemia era una invención y que las medidas tomadas eran injustificadas. Algo de acierto tiene al afirmar que: “Parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites”. Esta pandemia es la estrategia perfecta para establecer excepciones, para romper el estado de derecho, para dictar decretos con fuerza de ley, y en abundancia. Decretos que abordan todos los temas posibles. Los contrapesos se desvirtúan, el temor dispersa a los entes colegiados y los debilita por completo. Los congresos y las cortes funcionan a media marcha, arrinconados por un enemigo invisible de dos cabezas: el virus y el miedo. Ambos invisibles e invencibles (hasta ahora). Las libertades se recortan y los entes de control social asumen en todo el mundo un rostro más severo y autoritario, en especial las policías. La autoridad ya no invoca a Dios, ni al Rey, ni a la Ley. El nuevo sustento es la Salud y la Seguridad. Con todo y S mayúscula. No niego el poder devastador de la Covid-19, sólo enuncio el poder devastador de los nuevos autoritarismos que emergen en el mundo y que se justifican perfectamente con la pandemia.

Recuerdo que leí en las redes sociales, en relación con la pandemia, una serie de mensajes enfrentados; unos que decían que esta situación nos igualaba a todos y que, por consiguiente: “todos estamos en el mismo barco”; y otros que respondían que, era posible que estuviéramos en el mismo mar, pero en barcas diferentes. Yo agregaría que algunos van en crucero de lujo, otros en barca y otros hace varios días naufragaron. Las cifras de muertos, desempleos, pobreza, contagios, depresión y quiebra, por poner algunos ejemplos, nos hablan de un naufragio importante.

Es el planeta tierra hoy, en su conjunto, un gran Titanic; no obstante, algunos seguimos tecleando computadores hasta el amanecer, como aquellos músicos que todos conocemos, y que vimos en la película de James Cameron: húmedos, pero con ritmo. Tempestad y naufragio me llevan a pensar en Shakespeare, con la diferencia que en esta historia no aparece aquella criatura mágica capaz de resolverlo todo, y aunque es un naufragio global, es un naufragio solitario.

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Posdata- Esta es la última edición de EL MUNDO, después de cuarenta y un años de labor, el periódico ha tomado la decisión de cerrar. En esta despedida hay tristeza y gratitud, en especial con Luz María Tobón y su equipo.  Me despido recalcando la pulcritud del medio que jamás me impuso temas, compromisos, y que me permitió escribir con absoluta libertad. Se va el periódico que representa el liberalismo político y filosófico en Antioquia.

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