Rebeldemente Javier

Autor: Daniel Grajales Tabares
16 julio de 2017 - 01:00 PM

Así es, según su familia, sus amigos, colegas y algunos críticos, el director antioqueño Javier Mejía, quien junto a cinco cineastas dio vida a Amazonas, película con la cual el Festival de Cine de Jardín comenzará sus proyecciones el próximo 20 de julio de 2017.  
 

Medellín

Directo, con un humor negro que no tiene reparo a la hora de reírse de la realidad. Conocer a Javier Mejía lleva a preguntarse, ¿cómo habrá sido de travieso cuando era niño? 

La primera vez que se fue de su casa tenía 2 años, -sí, solo dos-, porque quería que sus papás lo dejaran dormir en el comedor, debajo de la mesa…
A él le gustaba “levantarse de la cama en la noche y meterse debajo de la mesa, en el tapete, entre las sillas, con su cobija, ahí le gustaba acostarse a dormir, pero no lo dejábamos. Entonces, ese día dijo que, si no lo dejábamos dormir ahí, se iba; cogió la cobija, bajó los cuatro pisos del edificio, por las escaleras, y se sentó; miraba disimuladamente, como quien dice: ‘no van a venir por mí’… Yo le insistí a mi esposo que lo dejáramos un rato ahí, estaba segura que no se iría; a los quince minutos subió, tocó la puerta y le dije: viste como es de maluca la calle mi amor, bienvenido otra vez a la casa”, narra Ilse Osorio, su mamá, para quien no es un secreto que “Javier siempre fue travieso, dio muestras desde muy chiquito de su independencia, porque se quería mandar solo, era temperamental, hacía berrinches para conseguir lo que quería. Fue un niño tierno, querendón, amoroso, pero de apellido ‘yo me mando’”.

Según su madre, le heredó  “hacer payasadas, disfrazarse, actuar sin miedo a hacer el ridículo”, a su papá, Javier Mejía Ramos, ella cree que “le sacó el humor negro, una picardía acertada, en el punto”. 

Y es que la infancia fue importante para que Javier definiera su carácter. Aunque él no encuentra conexiones muy claras con lo que hoy es, influyó además en su decisión por el cine: “De mi infancia recuerdo las idas a cine, a esos cines de barrio, un cuento que era muy bonito; yo vivía cerca al Tropicana, al Rivoli, allá vi mi primera película, un King kong, en el año 76”, relata el cineasta. 

La etapa escolar no fue más fácil, mucho menos más tranquila. Pasó por varios colegios, casi que no acaba su itinerantica por las instituciones de la ciudad…
“Era inquieto, sí. A mí me echaron de varios colegios. Estudié toda la vida en el Colegio San Ignacio, pero me dijeron que era un líder negativo, no sé qué excusa fue la disculpa que sacaron esos curas taimados. En sí, ellos lo llamaban ‘indisciplina’… pero era simplemente ser inquieto y preguntar las cosas incómodas, porque yo ya estaba metido con la literatura, por lo que veía cosas que no funcionaban. Me pasé para la Bolivariana e hice quinto, décimo  de ahora, pero también me echaron, hasta que terminé en el glorioso  Miguel de Unamuno, en Laureles. Si vieras que hoy queda un Mc Donalds, ¡que cosa!”, cuenta, aceptando que en su último colegio, que era “una casa vieja con pupitres, pero con unos personajes maravillosos”. Había “unas muchachitas divinas, con unos uniformes hermosos, tan chiquitos que se les veían hasta los pezones”.    

La universidad y el “no futuro”

En la universidad, Javier escogió estudiar Comunicación Social porque “aquí no había escuelas de Cine, esa carrera era lo más parecido, además que el énfasis en la Pontificia Bolivariana era muy audiovisual”. Mauricio Abad, Darío González, Rafael Escobar, Camilo Jiménez, Miguel Rivas y Albeiro Giraldo se volvieron su “combo de la universidad”, ya que con ellos compartía el interés por la imagen en movimiento. 

Rafael Escobar recuerda que en la UPB ya veían las dotes de Javier para el cine: “Nosotros éramos unos soñadores influenciados por Dunav Kuzmanich, el maestro nos embrujó, nos hipnotizó hasta el sol de hoy. Al igual que todos, Javier se ilusionó con el asunto del cine desde esa época universitaria, ya mostraba un perfil insolente, con mucha virtud en la imagen, con una capacidad de montaje enorme, con un gran pensamiento audiovisual, no con mucha ventaja de nosotros, pero sí de una praxis distinta. Todos éramos insolentes, necios, pero desde ahí se incubó, por ejemplo, Apocalipsur, la ópera prima de Javier, que partió de un ejercicio de la universidad. Él es un tipo muy inteligente, agudo con la palabra, con humor negro. Creo que nuestro grupo, salvo en lo audiovisual, no se destacó en nada más en la universidad”.  

Sin duda, Javier supo que el cine podía ser una profesión, una realidad y no un sueño de jóvenes estudiantes, con la llegada de la película Rodrigo D no futuro, de Víctor Gaviria, rodada entre 1986 y 1988 en Medellín. “No se hacía cine en el país. Hubo muy poco cine en Colombia, y lo que se producía era muy malo. Era muy esporádico, había una película buena y tres muy malas. Entonces, Víctor apareció con esta película y fue como: ‘Wow, se puede hacer cine así’. Fue una producción que marcó a toda mi generación, diciendo que se podía hacer cosas buenas”. 
Pero no todo era color de rosa y el cine de Gaviria le interesó precisamente por los oscuro, por esa capacidad de retratar una ciudad consolidada como mito negativo: “En 1988, Medellín era una ciudad muy oscura, en la que estaban pasando cosas muy malucas, se sentía el miedo en la calle, esto era una carnicería en todos lados; la película llegó, puso el dedo en la llaga, Víctor mostró lo que estaba pasando, ese lado de la ciudad que era estigmatizada, los bandidos a un lado y los buenos al otro, una cuidad metida en una guerra enorme”. 

Era “una desazón” lo que sentía, “ese ‘no futuro’ era preguntarse por qué era lo que pasaba. Muchos sentimos la agonía que estábamos viviendo, queríamos comernos el mundo, pero había que acostarse temprano, porque Pablo Escobar decía que había que estar acostado temprano”.

Alejándose del drama social y las problemáticas de la época, es válido recordar que Javier comenzó a ir a ver cine a El Subterráneo, espacio independiente que, a su manera de ver, en esos años, “fue la cinemateca de Medellín”. El cine llegó con nuevas propuestas, el camino siguió entre cámaras y películas. 

“Francisco Espinal era su director, yo me volví muy amigo suyo, él comenzó cerca del Parque de El Poblado, donde ahora es el Ballet Folklórico, pero ahí no me tocó a mí, yo recuerdo es la época de Suramericana, de esas filas enormes que se hacían para ver a Fellini, todo el neorrealismo, a Scola, cine italiano, contemporáneo, cine francés, alemán… Fue un momento bonito”. 

Sobre sus referentes, el director precisa que no le gusta “ver televisión en pantalla grande”, así que “cuando voy al cine, trato de buscar películas que te digan algo, que te muevan el piso, que lo confronten a uno”. 

“Me gustan muchos directores, variados y algunos pueden llegar a ser antagónicos, me gusta mucho de los ya consagrados, gente como Rosellini, Herzog, Wenders, Allen, Jarmush... Esas enumeraciones son odiosas, pues siempre se queda gente por fuera con obra valiosa, hay una generación nueva haciendo cosas buenísimas y hay una cine latinoamericano fresco, honesto y bello”.

Su ópera prima, la televisión y otras cuestiones

Sin duda, el cine de Javier Mejía tomó notoriedad al llegar su ópera prima: Apocalipsur, película estrenada en 2007, que cuenta la vida de la Medellín de los años 90. Diez años antes, en 1997, él habría dirigido la serie de televisión Muchachos a lo bien, producción que dejaría por el cine, aunque luego regresaría a la pantalla chica. 

Para el director Víctor Gaviria, “Javier es muy buen guionista, un escritor, periodista, se le notó mucho esa capacidad porque cuando leí el guion de Apocalipsur me sorprendió, pensé que era un guion que se iba a quedar en la literatura, pero creo que el resultado fue extraordinario, en esa producción cuenta el narcotráfico de Medellín desde otro punto de vista, diferente al que yo lo he contado, porque yo lo hago desde jóvenes de barrio popular, desde la exclusión, y él lo hace desde la clase media, desde personajes que estuvieron muy ligados al narcotráfico, que era otra forma muy valiosa de haber estado ahí, hay una creación muy hermosa”. 

El autor de La vendedora de Rosas y ese Rodrigo D No futuro que inspiró a Javier dice que otro aspecto muy propio de su colega es “el humor, el placer de la amistad es un tema muy característico en su trabajo, así como una reflexión sobre lo paisa, él es un hombre irónico, crítico de lo paisa, lo conoce muy bien porque es una familia profundamente paisa y conoce lo que somos: lo absurdos, lo ridículos, lo ansiosos y egoístas que somos los paisas, el cómo nos metemos en problemas por las aventuras ilógicas y llenas de riesgos en las que nos metemos porque simplemente hace parte de nuestra idiosincrasia”. Gaviria precisa que “hay que esperar muchísimo de él, es un hombre muy vivaz, en cuanto es observador, con un humor extraordinario que le hace mucha falta al cine colombiano”. 

El crítico Julián David Correa, por su parte, apunta que un rasgo del trabajo de Javier es que “su camino es muy personal”. Resalta que “Apocalipsur es un filme generacional con estructura de 'road movie' que explora los efectos de las violencias 80-90's, en una clase social de la que no se hablaba en vinculación con esos temas. Es un filme valioso de brillante puesta en escena”, además destaca que “su documental sobre Kuzmanich (Duni, 2014) es un documento imprescindible para conocer a un creador chileno que aportó a la evolución del cine y la TV colombianas y que es muy poco conocido”.

La crítica internacional ha valorado Apocalipsur. Revistas especializadas y festivales han proyectado la película en diferentes latitudes. Recibió una decena y media de premios nacionales y extranjeros. Sin embargo, después de estrenar dicha obra, el cineasta antioqueño regresó a la televisión. El Cartel de los sapos, la guerra total (2010), Las muñecas de la mafia (2010) y Confidencial (2011) contaron con su trabajo como director. 

De esa etapa dice: “sólo extraño el cheque”, ya que “la televisión es muy dura, pero es una gran escuela. No reniego de lo que he hecho, es un género muy válido, en el que se pueden contar muchas cosas, pero es muy industrial, hay que trabajar a ritmos muy rápidos, que no permiten que se haga lo que uno quiera. Las series que están haciendo ahora permiten que no parezca como hacer salchichas, que se pueda disfrutar el trabajo con el actor, sacar dramaturgia al asunto, hacer las cosas con más calma, los planos más  pensados, más elaborados. Tanta escena al día para cumplir afecta, la televisión es del productor, uno es una pieza más que si no cumple está entorpeciendo el pensado de tantas escenas al día y si te cuelgas entonces entorpeces el proceso. Te vuelve efectivo, te enseña a solucionar problemas rápido, buscar soluciones creativas a problemas puntuales, te da agilidad, luego en los rodajes uno no se queda patinando en algunas cosas”. 

El regreso a Medellín  y los nuevos proyectos 

Hace casi un año, a finales de 2016, el curador Alberto Sierra hablaba de “un gran amigo, un hombre muy culto y sensible, pero con un humor maravilloso, que tienes que conocer, tienes que ser amigo suyo”. Decía que “había vuelto al país, para quedarse, con muchos proyectos, él es muy talentoso, con un cine que de verdad cuenta lo que somos aquí”. 

Lea también: La doncella

Y no se equivocaba: Javier regresaba  a la ciudad para hacer una película, un documental, titulado Sierra, el cura-curador, en el cual está avanzando, que retratará la obra del curador, así como todo el panorama de las artes plásticas en Medellín. Espera estrenarlo en el 2018.

“Regresar no es fácil. Yo me había ido a vivir a Bogotá, luego pasé tres años en Nueva York y tres en México. Regresar a Medellín ha sido duro, porque la ciudad no es la misma, es bonito volver y ver que hay cosas cambiadas. A pesar de que venía mucho, en esos viajes cortos se mueve en circuitos pequeños, y ahora que estoy aquí ya parezco un anciano, con esa frase horrible de ‘cuando yo era chiquito todo esto eran mangas’, se siente uno viejo, me sorprendió volver y ver edificios en Rionegro, unidades en Niquia”, confiesa. 

Sus días los ocupa en varios proyectos. Trabaja en un proyecto de ficción, “un guion de Ricardo Silva y Carlos Manuel Vesga, llamado El falso Botero, que es una historia en la que he trabajado por años, en algún momento estuvimos a punto de producirlo, lo paramos, me fui de viaje y ahora que volví lo retomé, espero rodarlo el próximo año”. Además, tiene un documental sobre sus amigos  Vivir era mejor que la vida y mi nuevo guión de ficción: Mariachi, mafia y rocanrol”, y otras  propuestas nuevas que todavía no se atreve a poner en lista, porque son apenas ideas. 
A la hora de hablar del cine colombiano, Javier no duda en nombrar a Luis Ospina: 

“me parece que tiene una carrera y un trabajo muy sólidos, es de los grandes; Felipe Aljure, Andi Baiz, Carlos Moreno… se me pueden olvidar amigos que quiero, que admiro y respeto”. Cree que el cine de aquí “dio un giro total con la Ley de Cine, que lleva sostenida una producción de 30 películas o más al año”. 
No cree que la labor del cine sea fácil aquí, porque de todas maneras “hacer cine independiente es otra cosa, estar al margen de la industria o hacer películas que no se inscriben en las estéticas tradicionales es complicado y más en un país donde las artes se apoyan por buena educación o cultura general, no por una política cultural seria”.

En 2016, Javier volvió a la pantalla, en el proyecto colectivo Amazonas (2016), para el que creó el cortometraje Payaso, que será presentado en el inicio del Festival de Cine de Jardín el próximo 20 de julio, del cual la crítica podrá decir las últimas palabras. 

Él concluye que le interesa “hacer un cine consecuente con la realidad que nos tocó, no hacer un cine escapista, sino hacer películas que logren contar un fragmento de la realidad a través de metáforas visuales, me gusta que la poesía esté presente en medio de una realidad avasalladora y frustrante”.

La vida de Javier Mejía

Nació en Medellín, Colombia, en 1970.

-Es comunicador social de la Universidad Pontifica Bolivariana.

-Estudió además guion y dirección de actores.

-Como cronista, en 1995 fue nominado al Premio Simón Bolívar y fue ganador del Premio Nacional de Periodismo C.P.B en 1995.

-Ha trabajado en distintas series de televisión y comerciales, como la tercera y cuarta temporada de Muchachos a lo bien (1997), serie de televisión que recibió varios premios internacionales. Para televisión también ha dirigido reconocidas series como El Cartel de los sapos (2010), Las muñecas de la mafia (2010) y Confidencial(2011).

-Apocalípsur(2007), su ópera prima, recibió más de quince premios, entre ellos, el Premio India Catalina a la Mejor Película Colombiana y el Premio Especial del Jurado en el 48 Festival de Cine de Cartagena (2007), el Premio Nacional de Cine a Mejor Guion y  el Premio Nacional a Mejor Película en el 2008.

-En 2008, fue elegido como uno de los Jóvenes Talentos cinematográficos de América Latina por Casa de América (España).

-En 2014, estrenó su película documental Duni (2014) y participó en la dirección de la película Amazonas (2016) con el cortometraje Payaso.

-Actualmente, trabaja en el documental Sierra, el cura curador, que relata la vida del curador Alberto Sierra.

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