Poemas bajos

Autor: Laura Cecilia Bedoya Ángel
11 febrero de 2018 - 02:00 PM

Introducción a poemas escritos en lunfardo para describir el mundo y a quienes así se expresan en Buenos Aires y Montevideo.

Medellín

A mí me parece, bandoneón, que encabezar una columna con el subtítulo de un libro en vez del título, es algo muy raro, pero así está planteado el ensayo de hoy, porque el verdadero nombre de este libro es La crencha engrasada de Carlos de la Púa.

Bueno, me voy a explicar, estamos frente a la obra mayor de la lunfardía, entonces tendré que definir el lunfardo y creo que el punto de partida es tomarlo como un producto de la inmigración en la Cuenca del Río de la Plata, que dio a luz una cantidad bien importante de términos, y me remito a Josè Gobello: “El lenguaje porteño debe la mitad de sus vocablos, por lo menos, al generoso préstamo de varias lenguas y dialectos. Muchos de aquellos son, es cierto, de filiación itálica, pero también los hay franceses, indígenas, lusos brasileños, negros. ”

Demos por sentado entonces, que ciudades como Montevideo y Buenos Aires, recogieron unas palabras, algunas por la sonoridad, otras por el carácter críptico, varias por el color burlón, y así tenemos una jerga que a muchos nos ha encantado para hablar, para escuchar o para cantar.

Ahora traigo un poema de este libro.

El lancero

A fuerza de canas se volvió de línea

pues en la mesada sacó provechosas

lecciones de púas espanta-casimbas,

cargadas de grilo, culata o de sota.

 

Trabajaba de yunta pues es el esparo

ladero que todo lanza necesita

pa' embrocar la yuta y darle al otario

un empujoncito cuando se precisa.

Y si no existieran tantos batistelas

y tiras y guardas que toman los puntos,

la lanza sería un sport que rindiera

más que los laburos de los otros juntos.

Estos versos están contando la historia de un hombre que con los años se volvió de buena conducta, porque cuando estuvo preso aprendió muchos trucos de gentes astutas que escapaban billeteras de los bolsillos del pantalón y la chaqueta.

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Trabajaba en dupla con un compañero que le ayudaba a disimular el saqueo de las víctimas, también desempeñaba el oficio de empujar-al tonto-que era quien daba la oportunidad para robarle, cuando la ocasión lo precisaba.

El nombre de lancero se debe al uso de los dedos índice y cordial, que formando lanza se deslizan suavemente.

Así concluye este poema: y si no existieran tantos delatores y detectives que vigilan por todos los lados, el robo de las billeteras sería una ganancia, más que todos los trabajos juntos.

Ahora, considero pertinente hacer una reseña de este trabajo literario que está firmado con el seudónimo de Carlos de la Púa, quien lo ambientó en Buenos Aires. En sus páginas se lee una poesía dedicada a sus barrios, a las calles, a los puentes, al cabaret, a los laburos, como el de bailarín de tango, al cuentero, al ladrón,- pero no al que roba a los pobres, ni al ladrón de guante blanco,-habla de las pibas de barrio, y en fin, nos acerca a ese universo de marginales.

Nicolás Olivari, uno de sus más entrañables amigos, nos dijo lo siguiente “El principal poeta popular -es decir: con lenguaje popular en su entero vuelco emocional hacia la gran ciudad, en sus expresiones de un pasado que nunca será remoto- fue indudablemente Carlos de la Púa. Y lo fue con su único libro: La crencha engrasada”. Su verdadero nombre era Carlos Muñoz del Solar y le decían El Malevo Muñoz . Nació en La plata en 1898

En el registro de su vida aparece con el oficio de periodista, primero en la revista Hogar y luego en el diario vespertino La Crítica, fue guionista de cine y dirigió dos películas.

Jorge Luis Borges conceptuó que “algunos de sus poemas pueden hombrearse con las más encrespadas jácaras de Quevedo”.

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La jácara ha sido considerada como un género menor y se caracteriza por ser una composición poética que habla de ladrones, prostitutas y pícaros, usando para esto una jerga que cuenta hechos de ese mundo marginal de la sociedad. Entonces quiero mostrar un fragmento de una jácara de Quevedo.

Mojagón, preso, celebra la hermosura de su iza

Embarazada me tienen

estos grillos la persona,

mas encarcelada y presa,

sólo a tus rizos les toxa.

En casa de los bellacos,

en el bolsón de la horca,

por sangrador de la daga

me metieron a la sombra.

Para la ilustración del lector traigo la traducción de algunas líneas ”Casa de los bellacos: la cárcel (lo mismo que bolsón de la horca), sangrador de la daga: ladrón que roba cortando bolsas con la daga”.

El final de mi columna, coincide con el final de este peculiar poeta. Murió en Buenos Aires un 5 de mayo a la edad de 52 años. Entre sus amigos figuran Jorge Luis Borges, Nicolás Olivari, y Raúl González Tuñón, a quienes dedicó su libro.

A los funerales en la Recoleta, asistieron muy pocas personas, entre ellas su entrañable amigo Enrique Cadícamo, quien leyó unas palabras que le ofreciera Cátulo Castillo: “Este personaje fabuloso en nuestra admiración se fue por una absurda escotilla hurtándose a sí mismo, privando a la ciudad de un porteño convicto y confeso de la poesía lunfardesca”

Casimba: billetera.

Grilo: bolsillo.

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