Luis Alfonso Hoyos puede escoger no aportar en política
Si algo prueba -otra vez- los montajes que ha sufrido el uribismo con el propósito de detener su ascenso al poder, es la declaratoria, cinco años después de una atroz imputación, de la inocencia Luis Alfonso Hoyos. Como es sabido, este fue envuelto en el torbellino de las “filtraciones” de unos videos en los que supuestamente se mostraba cómo la campaña de Óscar Iván Zuluaga a la Presidencia en 2014 había chuzado a los negociadores de la paz de Santos. El resultado, fue la persecución al candidato, a su hijo y a su asesor, el doctor Hoyos. Ese montaje fue ejecutado por la cúpula de la Fiscalía de Eduardo Montealegre, personaje este que llegó a su cargo por designación de la CSJ por mandato de Santos y por del director de la Agencia Nacional de Inteligencia, Álvaro Echandía, funcionario nombrado directamente por ese expresidente mientras utilizaba los dineros que a borbotones le llegaban de Odebrecht.
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El montaje frustró la legitima aspiración de Zuluaga, que no pudo contener la avalancha de calumnias, citaciones judiciales y linchamiento mediático. Perdió no sólo la Presidencia en ese año, sino también quedó sub judice por el tiempo suficiente para negarle la oportunidad de presentarse en el 2018. Cuando los jueces aceptaron que no había habido complot alguno, ya no podía inscribir su candidatura a la Presidencia de ese período. Ese había sido el propósito real de quienes sí habían complotado contra él y su partido.
Pero dos daños colaterales fueron David Zuluaga, su hijo, y Luís Alfonso Hoyos, principal asesor y mano derecha. El primero, tuvo que afrontar desde Princeton, donde cursaba su doctorado en la famosa universidad de la ciudad del mismo nombre situada en New Jersey, un llamado a juicio, al día de hoy, no terminado, que ha enfrentado desde el Consulado de Colombia en New York, condenado de hecho al ostracismo sin fin, resultado de la saña de los enemigos de su padre...
Hoyos, tuvo que salir del país y avocar el exilio cuando su convocatoria a juicio hacía inminente su captura, porque él, como el país, sabían que ese era su destino al tratarse de una persecución judicial, orquestada por Santos y sus fuerzas de choque judiciales, en uno de los múltiples casos de judicialización de la política en que incurrieron para asegurarle la presidencia a Santos para que cumpliese su obscura agenda.
Nada ni nadie le devolverán a Hoyos los cinco años en el exterior, perseguido por un delito que que no cometió, alejado de sus actividades y de los suyos, con la honra destruida, siendo inocente y superando todo tipo de afugias. Es lo más parecido, junto con lo que le ocurre a David, que he visto a destrozarle la vida a alguien que no lo merece. Ahora Hoyos podrá reivindicarse en política, si es lo que prefiere, y ayudar a salvar al país de la horda de extrema izquierda que se cierne sobre nosotros. Pero entendería que esa no fuera su elección. Nada hay más sucio en el mundo que unos mamertos tomándose el poder o negándose a entregarlo. Miremos a Maduro y a sus maestros colombianos.
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En efecto, los ciudadanos no podemos creer en ningún momento, que el uso de la persecución judicial como arma política haya terminado. Por el contrario, está más viva que nunca. Las elecciones están próximas y han despertado todos los demonios. Como ya es tradición en la Colombia de los últimos diez años. Y como dirían algunos personajes de Juego de Tronos, se acerca el invierno. Ya vemos las hachas de los señores feudales de la izquierda queriendo cortar cabezas. La justicia de nuestro reino va por la del presidente Uribe. El tiempo de los montajes está en su apogeo y los verdugos están afilando sus armas compuestas de sofismas, de violación de garantías procesales, de falsos testigos para enviar a la mazmorra a quien ha resistido con temple e inteligencia el asedio de su torre. Es hora de hacer oír nuestras voces. Pedimos justicia, no persecución. Una justicia ciega, imparcial, democrática.