Pascua: un grito de Vida para todos

Autor: Luis Fernando González Gaviria
11 abril de 2020 - 12:04 AM

Que esta Pascua, siendo fiel a su etimología que significa “paso”, nos haga andar hacia horizontes de humanización e inclusión, donde seamos capaces de construir un mundo habitable para todos.

Medellín

Cuando los espejismos se rompen, el ser humano queda abocado hacia la realidad, vuelve al lugar originario de la existencia. En todo este acontecer la vida puede tornarse dura y desafiante, los nubarrones amenazantes del desconsuelo y la tragedia parecen alzarse con furia para robar las posibilidades de felicidad. La realidad que tenemos puede ser trágica, pero con todo y esto, es la única posibilidad para ser conscientes de nosotros mismos y los otros. En la realidad podemos ser humanos hasta el extremo.

En medio de la crisis pandémica que estamos viviendo, atreverse a dar una palabra distinta que no siga las líneas del miedo y el terror, parece un acto de crueldad, una injuria, una indolencia. Este es el efecto de tener narcotizados los oídos y el corazón con una palabra enferma que se ha normalizado con nuestros propios actos. Lo más humano y sagrado que tenemos, la palabra, se ha vuelto contra nosotros desenmascarando nuestra sordera y terquedad.

Alegría en medio de la crisis, un absurdo total. Las miradas miopes propias de nuestra época siempre tenderán a replegarse sobre sus construcciones caducas, no son capaces de más, creen que la determinación es un absoluto radical sobre la existencia humana. Escribir hoy, en Pascua, no es solamente un mensaje que alcance a los creyentes, también es una oportunidad para las personas que no profesan una fe particular, pues mediante la lectura simbólica de una narración, pueden abrirse a pensar hondamente su existencia. El lenguaje siempre nos vinculará, tiene la capacidad de acercarnos. En la palabra todos nos encontramos, en la palabra somos humanos.

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Hay cuatro detalles del Evangelio de Pascua (Mateo 28, 1-10) que nos permiten hacer una lectura existencial de la realidad que vivimos. Detalles que hablan y en los cuales nos podemos encontrar todos por el hecho de coexistir en un mundo común, por el hecho de tener capacidad de escucha, por el hecho de ser humanos. Palabras que resuenan con fuerza, pues son dadas a luz en un momento crítico de destrucción y desolación que padecen comunidades judías y cristianas de los años 80 y 90 de nuestra era.

El primer detalle es: “fueron María la Magdalena y la otra María a observar el sepulcro”. Durante estas semanas, cuando la muerte ha golpeado con fuerza el mundo, podemos tener aquella misma reacción de las mujeres del texto: simplemente observar. Parece que la muerte tiene poder para dejarnos quietos, parece que nada le puede hacer frente, parece que contemplar un sepulcro es nuestro destino último y definitivo. Cuando la muerte sigue siendo una tragedia para el ser humano, no le queda más remedio a éste que observarla pasivamente.

El sepulcro es el icono de la caducidad antropológica. Este lugar tiene un magnetismo abrumador para dejar a las personas perplejas. En tiempos de pandemia el ser humano no se puede dar el lujo de observar la muerte, esto sería falsear su existencia misma que es dinámica. La muerte no se observa, la muerte se vive. Quizá nosotros debemos hoy repensar nuestra relación con la muerte, sacarla del plano traumático y asumirla íntegramente como totalidad plenificadora de la existencia. Que no lleguemos al momento de nuestra muerte y nos quedemos observando como los que no tienen esperanza alguna.

El segundo detalle es: “vayan aprisa y digan a sus discípulos: Ha sido levantado de entre los muertos y va delante de ustedes a Galilea. Allí se dejará ver”. Ante las sofocantes palabras de muerte que han aturdido al mundo por estos días y que lo tienen atrincherado contra el suelo, hoy se proclama una de vida. Aquí radica toda la osadía de la esperanza, saber que más allá de las apariencias a las cuales nos estamos viendo abocados, la muerte no tendrá la última palabra sobre nuestra realidad.

La experiencia de la resurrección es todo un acontecimiento profundo en el interior del ser humano dispuesto para algo más, no agotado en frágiles posibilidades. El texto de hoy utiliza el verbo griego “egeirein” (levantarse, despertar, poner en pie) que se constituye en un paradigma nuevo para nuestra realidad. Este acontecimiento revolucionario permite hacer una mirada más amplia del ser humano y la historia. Creer en la resurrección es estar en el mundo desde otra lógica, la de una experiencia portado de sentido que me capacita para vivir a fondo, sin reservas, sin miedo y que los creyentes llamamos Dios.

En el ser humano consciente de su existencia abierta a un diálogo mayúsculo, la postración no es su determinante ni su límite. La experiencia que lo habita, le permite reconocer en el mundo un atisbo de trascendencia capaz de situarlo en una dinámica muy distinta en esta hora de la historia. El que tiene miedo de morir es porque no ha entendido su vida en la lógica de la donación. La fe libera de este miedo en la medida en que la persona opta por no replegarse sobre sí misma, y se entiende como sujeto para el otro. En la dinámica del ser para el otro, Dios se deja captar.

El tercer detalle es: “Jesús salió a su encuentro y les dijo: Salud, Gracia, Alégrense”. La sutileza de estas palabras que sugiere el texto griego, parece un escándalo en nuestro presente. En medio de una pandemia cómo se puede creer en semejante disparate. Pero más allá de estas miradas miopes, la llamada del texto es a una realidad más honda, a hacer nuestra la base que puede sostenernos, incluso cuando la vida va de revés. Esta palabra ha desenmascarado la fragilidad de nuestras construcciones ilusas de alegrías pasajeras. Cuando tenemos una visual que se limita solamente a nuestras posibilidades chocamos inevitablemente con la crudeza de la realidad, nos descubrimos insuficientes. Ante esta situación: o el sentido o el absurdo.

La fe como experiencia vital toma forma en la realidad, no es un cúmulo de contenidos obsoletos y anacrónicos. La fe es capaz de abrirnos al misterio que nos habita expresado en nuestra carne y brindarnos la posibilidad de entendernos íntegramente. Mientras el ser humano ha querido subir hasta las inmensidades del cielo buscando algún vestigio de divinidad, el texto afirma que Jesús sale a su encuentro, hace suya la realidad de aquellas mujeres. En la sencillez y simplicidad de este gesto, es donde la realidad de Dios destroza lo excéntrico y ostentoso de las proyecciones humanas. Dios es de otra lógica, Dios es de lo sencillo y pequeño, Dios es encuentro saludable a partir del don que da auténtica alegría.

El cuarto detalle es: “Jesús les dijo: cesad de temer; id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me dejare ver”. Una de las bondades del miedo es que nos regala una imagen fiel de lo que somos. Nuestras suficiencias son engañosas, nos ponen en un suelo muy inestable. Una sociedad acostumbrada al miedo se hunde fácilmente ante cualquier amenaza, hace de las situaciones que vive su destino definitivo y último. El miedo nos vuelve ciegos y menesterosos, quiebra nuestras seguridades. Nuestra visión de la existencia tiene horizontes muy cortos que tienden a confundirnos fácilmente. Debemos abrir espacio al otro para que podamos llegar lejos. La espiral del miedo se rompe aprendiendo a escuchar, los oídos no se pueden abrir a cualquiera, su sensibilidad es muy aguda como para escuchar cualquier cosa.

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El anuncio emerge de una experiencia fuerte, por eso es más que la palabra. En el anuncio está la totalidad de la persona dándose sin reservas.  De esta configuración, se puede pasar a la memoria. El detalle del texto: “vayan a Galilea, allí me dejare ver”, convoca a una relación apasionante con la vida, pues es precisamente en aquellos lugares donde se ha amado la vida con intensidad, que se puede dejar el miedo y escuchar palabras nuevas. Ir a Galilea es saber que no estamos hechos para la aniquilación total, que nuestra existencia tiene una capacidad insospechada de infinito; ir a Galilea es superar las barreras estrechas del fatalismo y sus fieles pregoneros hoy, pues en el mundo hay personas que vislumbran un amanecer nuevo; ir a Galilea es tener la osadía de reconfigurarnos desde dentro, para entender que la vida que nos ha sido dada se merece auténticamente entregándola.

Es hora de espabilar los oídos y aclarar los ojos, para darnos cuenta que en nuestra historia está aconteciendo algo más profundo. Que esta Pascua, siendo fiel a su etimología que significa “paso”, nos haga andar hacia horizontes de humanización e inclusión, donde seamos capaces de construir un mundo habitable para todos.

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