Pandemia y experiencia

Autor: Luis Fernando González Gaviria
6 junio de 2020 - 12:05 AM

Solamente tenemos experiencia auténtica, cuando no volvemos a ser los mismos

Medellín

Tenemos un peligro latente como sociedad en este momento histórico: no aprender nada de lo que estamos viviendo. Esta tendencia que ha marcado nuestra condición humana a lo largo del camino, nos hace tremendamente vulnerables ante la tragedia de la repetición. Discursos, formas, gestos, se han eternizado y absolutizado, parece que no somos capaces de miradas profundas y reflexivas que nos hagan rehacer nuestro camino existencial.

Una mirada a las redes sociales, en este momento nuestro espacio de comunicación, parece no augurar un buen futuro. Memes, videos, artículos, conferencias on line y demás, nos hacen abocarnos a lo mismo de siempre. Se está pidiendo a gritos la normalidad, justamente lo que no puede volver a ocurrir, esta sería la tragedia antropológica más grande de estos últimos tiempos.

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Este espacio de restricción, de confinamiento, de limitación, ha suscitado emociones de diversos tipos que han puesto en jaque la estabilidad mental de muchos. Pero hay una realidad que se ha ido tejiendo muy sutilmente en el interior de las personas, una que es demasiado peligrosa: el desboque de la necesidad. Ceder todo al poder de la necesidad es el principio de la deshumanización. Muchos están esperando impacientes poder salir a comprar, poder hartarse, poder gastar, poder satisfacer irracionalmente sus deseos compulsivos. Esta es la lógica de la ambigüedad, querer seguir siendo los mismos, cuando la historia nos está dando la oportunidad de ser otros, radicalmente otros.

Vislumbrar la crisis como un paréntesis de nuestra “normalidad”, es un atentado contra los hombres y mujeres que han muerto. Es caminar a pasos agigantados hacia la frustración antropológica pospandemia, es decir con nuestros actos que nos ha quedado muy grande ser humanos. Debemos dejar que la experiencia marque hondamente nuestra vida en este presente, dejarnos romper para que esto que estamos viviendo no sea simplemente un hecho más de recuerdo.

La manera de ser en el mundo es la condición de posibilidad que tenemos para reformar-nos. En este diálogo: ser humano – estructuras, se erige la gran posibilidad de no volver a ser los mismos. Pero en esta oportunidad, también hay una amenaza grande para los intereses de muchas estructuras que escrupulosamente quieren seguir siendo las mismas de siempre: religión, política, economía, academia, etc. Todas ellas tienen miedo, pues las bases en las que están sustentadas no son capaces de soportar la realidad dinámica de la evolución humana. Sus gritos de pedido para que todo vuelva a la normalidad, es prueba de la crisis interna por perder poder. Donde hay un horizonte para hacer todo nuevo, ellas quieren volver atrás, hacia su confinamiento de ilusión mediocre.

Quiero proponer una reflexión de la experiencia, desde la propuesta del filósofo español Joan-Carles Mèlich, en su libro Filosofía de la finitud, dice: “La experiencia es una pasión, un suceso, un acontecimiento. Improgramable, implanificable, impensable… La experiencia es lo que nos sorprende, lo que nos rompe. La experiencia no es ni lo que hacemos ni lo que nos hace, sino lo que nos deshace”. Esta última frase, “lo que nos deshace”, debe ser el gran aprendizaje de la pandemia. Solamente tenemos experiencia auténtica, cuando no volvemos a ser los mismos. Si salimos iguales simplemente hubo un hecho indiferente, como tantos en nuestra historia.

Muchas hermenéuticas han surgido para entender lo que está sucediendo en el mundo en este momento, pero más allá de todas ellas, el ser humano capaz de experiencia debe ser determinante en su opción por aprender y dejarse tocar por la realidad acontecida. No puede haber cambio, es decir, aprendizaje, sin una afectación mutua entre realidad y persona. Así, “la experiencia es una verdadera fuente de aprendizaje de la vida que no nos permite solucionar problemas sino encararlos” (Joan-Carles Mèlich - filosofía de la finitud). Quizá nuestro esfuerzo mayor se ha situado en elaborar soluciones, y mientras más rápidas mejor, pero tomando distancia de estos métodos, lo que de verdad necesitamos es aprender, dejar que la realidad nos convoque para “encarar” lo que tantas veces hemos dejado de lado. Como diría el maestro Memo Ánjel: “Solamente podemos salir de la crisis cuando la entendemos”.

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La experiencia que es acogida nos sitúa en una nueva gramática de la vida, nos posibilita poder decir y entender no desde presupuestos preestablecidos, sino toparnos de cara con la realidad. Dimensionar la pandemia como una experiencia, es romper con la masificación mental a la que hemos sido expuestos durante estos meses. Quien sea capaz de situarse desde otro ángulo y construir palabras nuevas para nombrar la existencia, habrá entendido que este no es el final.   

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