Afortunadamente todo llega a su fin y parece que el cuento de nuestro alcalde no va a tener continuidad, pues es mero cuento, no deja nada que lo haga permanecer en nuestras mentes
A tres semanas de las elecciones generales en Colombia para elegir gobernadores, alcaldes, concejales, diputados y ediles, el futuro de nuestro departamento parece no correr riesgos pues los candidatos, casi todos, tienen bagaje suficiente para llevarnos por los senderos de desarrollo a los que estamos acostumbrados. Puede ser que haya algún candidato que caricaturice la importancia del cargo al que aspira, pero en general los candidatos a la gobernación dan la sensación de seriedad y compromiso. Aunque hay uno que sobresale de entre los demás, los otros, hay que decirlo, no desmerecen.
No sucede lo mismo en la ciudad. La nómina de aspirantes a la Alcaldía no dice nada. Hay más ignorancia entre los candidatos que ideas claras sobre manejo de ciudades; hay más soberbia que deseos de servirnos bien; hay mucho rencor heredado que impide llegar a la equidad con la que se debe administrar lo público. La gente tiene miedo pues los problemas son tantos que a veces nos sentimos viviendo en otra parte del mundo, añorando los tiempos en los que Medellín era toda orden y aseo, en la que se podía caminar por andenes para la gente, en la que no se perdía un peso en obras sin importancia.
Hace cuatro años sucedió algo extraño en la elección del alcalde, pues el menos favorecido con la intención de votos, el que parecía menos preparado, el que no presentaba experiencia laboral confesable, resultó ser el ganador. Al cuento le falta un pedazo grande al que nunca vamos a poder acceder; lo cierto es que las encuestas tenían razón cuando reflejaban la intención de voto. La gente sabe quién es quién y quien tiene algo serio en la cabeza. Afortunadamente todo llega a su fin y parece que el cuento de nuestro alcalde no va a tener continuidad, pues es mero cuento, no deja nada que lo haga permanecer en nuestras mentes.
Cuando la Constitución señala que al elegir gobernadores y alcaldes se les impone el programa que presentó al inscribirse, se está suponiendo que el candidato tiene claro cuál es el camino para cumplir con su obligación futura con la ciudadanía. Pero mirando el panorama de los candidatos actuales, no podemos sentir menos que terror al imaginar los planes y la concepción del ejercicio del manejo de la cosa pública aprendidos en el comedor familiar o en la barra de amigotes. Los programas no pueden estar signados por el odio de los padres, ni por los afanes de figuración en medra de nuestro derecho a la felicidad.
Las consecuencias del voto en blanco en cuanto a que se vuelva un mecanismo para espantar los espantajos son casi que inalcanzables. Pero deberíamos pensar en aplicarlo como remedio a la tendencia que surge cuando un don nadie alcanza una posición de mando. Hay que comenzar a detener esa idea que se nos ha metido en la democracia de que cualquiera pude ser elegido. La reacción a las malas elecciones debe ser la postulación de personajes con talla de estadista. Es hora de pensar en el voto en blanco como forma de protestar por la improvisación y la chabacanería.