Al estar alerta ante aquellas confusiones estaremos también en capacidad de intervenir en el mejoramiento de las condiciones de la salud.
Es muy frecuente en los medios de opinión y de información masiva (también en ámbitos académicos) la deliberada confusión de salud con economía. Muchas noticias que dicen referirse a la situación de salud en realidad hablan de cuestiones de contabilidad: colosales cifras, multimillonarias defraudaciones financieras, análisis de costos-beneficios, pobres y atrasados salarios de personal sanitario, agobiantes situaciones financieras de instituciones de prestación de servicios, presupuestos, normatividades de investigación y desarrollo de aplicaciones comerciales de drogas, tecnologías y dispositivos médicos. Un escenario de negociaciones, de poderes, de oferta y demanda. No en vano se sabe, por ejemplo, que las “big pharma” (las principales industrias farmacéuticas) ocupan los primeros lugares en los registros de entidades financieras a nivel global, con su correspondiente y colosal ejercicio de poder gubernamental. Todo lo anterior tiene relación con salud, pero claramente, no es salud.
En una valiosa obra, ¿Cuánto es suficiente?, al referirse a los elementos de la buena vida, R. Skidelsky y E. Skidelsky, consideran unas sensatas aproximaciones sobre lo que en criterio de estos autores es la vida deseable, la vida humana digna de ser deseada, con lo que acertadamente denominan “bienes básicos”. Cada uno de ellos merece reflexión pertinente: salud, respeto, seguridad, relaciones de confianza y amor, personalidad, armonía con la naturaleza, amistad y ocio.
Estos autores, de modo muy inteligente, destacan algunas ideas relacionadas con el bien de la salud, con rigor y método escriben: “…En última instancia, esta asimilación de la medicina a la carrera de ratas de la economía representa la destrucción de la misma idea de la buena salud. Si todos los estados del cuerpo pueden considerarse defectuosos respecto de algún otro estado preferido, entonces todos estamos, en cierto sentido, permanentemente enfermos. El mundo se convierte, como pronosticó Goethe, en un inmenso hospital, en el que todos somos enfermeros de los demás. Es más, cuando la demanda de la salud es insaciable, los gastos médicos aumentan al ritmo de los ingresos, o incluso, a un ritmo superior, manteniéndolos ligados a la rutina trabajo/crecimiento”.
Vale la pena estar alerta ante las deformaciones -que generalmente por razones de poder, de dinero, de conflictos de interés- a las que se acude cuando se tocan temas relacionados con la salud. No se “compra” la salud. Nada la “garantiza”. Al incurrir en esas quimeras se viven y hacen carrera habilidosos sofismas que enriquecen a unos pocos y engañan a muchos. Salud no es comercialización de la salud, no es la medicina de deseos, no es la aplicación acrítica de tecnologías, no es medicalización de la vida normal, no es comercialización ni política al servicio de unos y en desmedro de otros.
La salud es un bien de carácter superior y diferente a todo lo anterior. “Equilibrio de potencias” lo denominaron los griegos racionalistas unos siglos antes de nuestra era. En lo práctico e individual el gran cirujano francés René Leriche lo expresó de bello modo: “… la salud es la vida vivida en el silencio de los órganos”. Estas definiciones son también aproximaciones, pero menos inexactas que la maraña de conflictos e ideologías en las que se ha degradado el sentido de la palabra. Al estar alerta ante aquellas confusiones estaremos también en capacidad de intervenir en el mejoramiento de las condiciones de la salud. Nos ocuparemos entonces de lo que realmente importa, no de la puesta en marcha de los rendimientos financieros de los diferentes actores de una –como bien lo dicen los Skidelsky- carrera de ratas de la economía.