La responsabilidad por el otro Ferdinand v. Schirach y el asunto penal

Autor: Memo Ánjel
17 septiembre de 2018 - 07:13 AM

Bromeaban acerca de los delitos para poder soportarlo. Ferdinand von Schirach. El caso Collini

Medellín

La culpa

En el mundo de los animales mamíferos todos somos conscientes del error y, cuando lo cometemos, lo corregimos para no hacerlo de nuevo y así, sabida la experiencia, el hecho se convierte en norma para enseñar lo que no debe hacerse, pues de hacerlo, daña.  Como dice Yuval Noah Harari en su libro Homo Deus, a todos los que fuimos amamantados nos gusta que nos quieran y por eso cuidamos de nosotros mismos para ser admitidos por el otro. En los juegos con los cachorros, los mamíferos tienen por tarea enseñar a hacerlo bien. Pasa también con los humanos (o si se quiere homínidos), a través de la educación y el contacto con los más cercanos, que sería nuestro territorio seguro. Y si bien no se sabe si los animales se reconocen en la culpa, nosotros si lo hacemos. De hecho, en el metarrelato occidental (la Biblia), la culpa es el inicio de la razón. Cuando Adán y Eva pecan por codicia (quisieron saber lo que sabía D’s), se sienten culpables y son conscientes del error cometido. Y en ese error (la culpa nacida de la tentación) saben que algo ha pasado en ellos (se sienten desnudos, sin excusa) y a su alrededor todo ha cambiado. De alguna manera han perdido el ser confiables y ya tienen por tarea tratar de acercarse de nuevo a lo perdido, pero antes habrán de penar con relación a lo que hicieron; trabajo con esfuerzo, parto con dolor.

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La culpa (un segundo libro de relatos de Ferdinand von Schirach se titula Culpa), nos pone en situación de haber roto la norma. Y en esa culpa reflexionamos, traemos trozos de la memoria, nos situamos en un antes y un después, en haber estado anunciados de lo que pasaría y haber burlado ese anuncio. Así, la razón aparece frente a nosotros como una lectura de la realidad, del dónde estábamos, qué hicimos y qué nos pasó. Porque las cosas pasan con relación a nosotros y al entorno. Somos sujetos, es decir, lo que hacemos no es autónomo, sino que está en relación con la alteridad. La historia de Caín es clara: no solo mata a su hermano Abel, sino que con esta muerte afecta a sus padres, al lugar donde se ha cometido el asesinato y a sí mismo, pues necesita huir (de un nosotros anterior) pero con él va su consciencia diciéndole que huir no basta, que ya la marca está hecha. Como sostiene Martin Heidegger en su filosofía, debajo de la cicatriz sigue la herida. Con la marca de Caín se le pone límites al mayor pecado: matar a otro con premeditación, lo que ya es imposible de solucionar.

Sin embargo, cada culpa tiene su medida y, de acuerdo con esta, la pena a cumplir. La ley del Talión (ojo por ojo, diente, por diente) no pide que a lo hecho se responda con lo mismo sino con un equivalente. No se busca un grupo de tuertos o de desdentados, sino que se mida la falta del ojo o del diente y se haga la justicia respectiva. Y para que esto suceda, se necesita un juez, un acusador y un defensor. Esto es lo que se llama un juicio o, en términos kantianos, un discernimiento: tener lo a favor y en contra, lo previo y el resultante, lo que incita y el momento, lo que fue en el uno y en el otro. Así, el juicio evita la venganza, que por justa que sea, es otra culpa. De esta manera, el juicio es un estrado donde se discute la responsabilidad por el otro, por la culpa en ese otro y, al tiempo, por lo sucedido en relación con lo demás. La pena es lo que se debe pagar.

Un caso criminal y el Estado de Derecho

Ferdinand von Schirach, es un escritor-abogado. Su especialidad, el derecho penal y lo que sucede con esta actividad (profesión) cuando el Estado es de Derecho: un Estado cuyo poder y actividad está regulado y garantizado por la ley escrita, los funcionarios obedecen a las normas y, para ello, se valen una Constitución que dota de instituciones serias (de buen juicio) que son garantes del buen uso de la vida personal y ciudadana. En los Estados de Derecho la justicia no es solo lo legal sino hasta donde eso legal debe ser justo.

Von Schirach, expone El caso Collini, haciendo uso de la literatura. Y no es una novela negra la que escribe, sino un asunto de derecho penal. Y en él, el asunto de la víctima y el victimario, el del asesinato y el homicidio (que parecieran lo mismo, pero no lo es), la complicidad y la prescripción de los delitos, lo que ha pasado y cómo se ha vivido, lo que se esconde y lo que sale a flote. Y en estas, su personaje: un joven abogado que se inicia en su primer caso. Caspar Leinen, sin ninguna experiencia, debe defender a un hombre de 67 años, Fabrizio Collini, que ha matado a otro de 85, a Hans Meyer, a sangre fría: cuatro balazos en el cerebro y luego le la destrozado la cara a la víctima con el tacón del zapato. El hecho, que ha sucedido en el lujoso hotel Adlon de Berlín, no necesita de mucha investigación: el asesino se ha entregado a la policía, mientras uno de los empleados del hotel le ofrece un vaso de agua. Y Collini ha dicho: yo lo maté. Luego no dirá más.

Pero el asunto va más allá. No es solo un hombre que mata a otro y se entrega, lo que ya cerraría el caso, sino la manera de defender a otro que, por lo visto, será indefendible. El muerto es un industrial reconocido que Leinen conocía como un hombre bueno. De hecho, el joven abogado es el amante de su nieta y cuando niño, muy amigo de Philipp (el nieto), lo que le permitió vivir algo de la intimidad sana y ordenada de la víctima. Y este hombre bueno para la sociedad, Hans Meyer, que sufrió mucho al perder a su hijo, su nuera y su nieto en un accidente, ha sido asesinado como si fuera un animal rabioso. Y lo peor, el asesino es otro hombre bueno, Fabrizio Collini, un inmigrante italiano que lleva 35 años en Alemania y al que solo le ha faltado ser santo. Ni a los yerbajos de la calle los trataba mal. Para un abogado primerizo, el conflicto es un infierno: no puede defender al victimario estando del lado de la víctima. Lo primero que siente es miedo y se quiere retirar del caso, pero otro abogado mayor y famoso (al que le falta un brazo), le dice a Leinen que debe aceptar ser abogado de oficio de Collini, pues tiene derecho a ser defendido. Y en ese pedido que le hace el Estado de Derecho, le han convertido en responsable del otro (del sindicado). Mettinger, el abogado sin brazo servirá de abogado acusador, por parte de la empresa y la familia de Meyer. Total, el caso ya está perdido para Collini y para cualquier otro interés que tenga el abogado defensor, que ya también está en conflicto con la nieta de Meyer, a la que le parece escandaloso que su amante defienda al asesino de su abuelo. La novela (o lo que haya escrito Ferdinand von Schirach) parece irse en meros requerimientos legales: aceptación del crimen por el imputado, un fiscal aburrido, algunos testigos que no vieron más que la entrega de Collini a la policía, un experto en psiquiatría que reconoce sano al acusado, una juez que quiere salir rápido del caso, una secretaria que se enferma. Y mientras el relato avanza, el lector se entera de la manera de llevar un proceso penal en Alemania, siguiendo cada paso y que nada quede suelto. Y así, como pasa con la frase preferida de Von Schirach, las cosas son como son. Esta frase es la que ronda en todos sus libros (Crímenes, Culpa, Tabú) y se la debe a su lectura de Aristóteles. Para el filósofo, nada es lo que no es. Así, las cosas son y por eso pueden ser medidas, pesadas, diferenciadas y percibidas. En La política, Aristóteles no solo enseña a manejar la ciudad sino a ser responsable del otro. De esta manera todo existe en lo que es en sí mismo. Y como las cosas son como son, el caso Collini da una vuelta.

Los límites

Lo que precluye es aquello que ha llegado a sus límites. De ahí en adelante, no es más. En el derecho penal, muchos delitos son sujetos de preclusión, ya por tiempo, por pacto o simplemente porque hay que parar y comenzar de nuevo, como pasó con muchos crímenes de la Alemania nazi, en donde muchos casos estuvieron dentro de lo legal del nazismo y, al ser juzgados, se habló de órdenes y entonces se arguyó que hubo más cómplices que asesinos, lo que colocó a las penas en estado de diferencia. En el juicio de Nürenberg se juzgó a las cabezas y hubo penas de muerte y cadena perpetua, en los de Munich, en 1964, a los asesinos buscados y señalados (lo que llevó a penas cortas), y en 1968, a consecuencia de un juez exnazi que seguía operando en las altas cortes, Dreher, el asunto de los asesinatos de guerra precluyó, lo que hizo que muchos quedaran limpios sin haber llegado a juicio. En este punto, Caspar Leinen descubre que Hans Meyer, que en la guerra había sido un oficial nazi, es quien mata al padre de Collini, en una de las tantas ejecuciones de partisanos o sospechosos de serlo. Y desde entonces el italiano sigue al criminal almacenando datos. Y cuando los presenta para el juicio, en 1969, el crimen ha precluido. No habrá juicio entonces. Y como las cosas son como son, Collini ejecuta justicia por su propia mano, convirtiéndolo en el asesino de otro asesino. La historia regresa de mano de Leinen, pero también aparece el Estado de Derecho. Y en este caso, se va a juzgar una memoria enferma contra otra memoria pactada. Pero antes de que se llegue a la resultante de lo juzgado, Collini se suicida y el asunto queda entre muertos. Que haya otro juicio en el más allá, si es que Collini es creyente.

La responsabilidad por el otro es el mismo límite del otro. Y los límites son esos puntos hasta donde llegamos en nosotros y las relaciones que hacemos. De ahí en adelante, rompiendo el límite (que lo contiene todo de nosotros), lo que hacemos se desborda. Y ese límite lo impone el Estado de Derecho, pues sabe que somos animales crueles y nos tienen que ordenar, no encadenándonos sino limitándonos con puntos finales, con La razón del criterio, como bien filosofó Kant.

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De Ferdinand von Schirach, sé que es un noble venido a menos. Y en su calidad de nobleza, ve el mundo por lo que pasa a su alrededor. Y en su caso, desde el derecho penal, igual que el brasilero Rubem Fonseca. Y como noble alemán, recuerdo también a otro noble que fungía de mago en un barco que iba por el río Meno, en Frankfurt. El hombre, flaco y de pelo al desgaire, mostraba cartas, las movía, volaban y las volvía a tomar en la mano. Reía, sacaba un as y te daba un camino a seguir con la carta. A su alrededor, la gente se maravillaba, bebía vino y comía salchichas Frankfurt, que son largas y enrolladas. Muy buenas, como cualquier relato de Ferdinand von Schirack, en el que las cosas son como son. 

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