El mundo sigue absorto en su loca carrera de autodestrucción, cabalgando hacia el precipicio del apocalipsis
“Cambio climático” es un eufemismo para hablar de calentamiento global, que es el gran problema que amenaza a la humanidad, el cual sigue creciendo a pesar de las voces de alerta que se lanzan desde los centros de investigación y que secundan las organizaciones ambientalistas.
Más triste que los espantosos presagios sobre las consecuencias que para la salud, la economía y la vida humana trae el calentamiento global, es comprobar que todavía muchas personas creen que este es un cuento chino, una leyenda urbana o una novela difundida por los ambientalistas para obtener fondos para sus organizaciones.
Llevamos cuarenta años hablando de cambio climático. La Primera Conferencia sobre Cambio Climático se celebró en Ginebra (Suiza) en 1979. La última fue el Acuerdo de París, firmado el 22 de abril de 2016 por 195 países que se comprometieron a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. La siguiente será en Madrid, -La Cumbre del clima- a principios de diciembre próximo. Cuatro décadas viendo fotografías y videos del deshielo del Ártico, leyendo noticias sobre aumento de las temperaturas y alteración de los tiempos de las estaciones, los horrores de los incendios en California, Grecia, Portugal y España y de las inundaciones en Japón, China y Filipinas. Cuarenta años de señales que advierten sobre la disminución de las estaciones de transición (primavera y otoño) para alargar los períodos de verano e invierno, que cada vez se hacen más intensos y dañinos, porque se volvió recurrente escuchar que cada verano es más caliente que el anterior y acabamos de leer que el mes de octubre de 2019 es el más caliente de la historia desde que se llevan registros.
¿Y qué pasa con estas noticias? Nada. El mundo sigue absorto en su loca carrera de autodestrucción, cabalgando hacia el precipicio del apocalipsis. Los gobernantes adornan y firman tratados y manifiestos que no van más allá de las buenas intenciones. Los Objetivos del Milenio se incumplen, se aplazan y se maquillan para devenir en Objetivos de Desarrollo Sostenible, que tampoco se llevan a la práctica.
Todos gritan y nadie escucha. Hay una enorme algarabía que no deja escuchar las alarmas. Como lo reclaman los científicos, “se requieren profundas transformaciones en el funcionamiento de la sociedad global y en su interacción con los ecosistemas naturales”.
Muy pocas personas quieren ceder ante el peso de las evidencias y cambiar su modo de vida: hay que cambiar los hábitos de consumo hacia productos que tengan procesos ambientalmente sostenibles y hacer un uso racional de los recursos naturales, porque la humanidad ya se gastó los recursos de las generaciones siguientes. Sin embargo, las petroleras quieren exprimir hasta la última gota sin importarles el crecimiento de los niveles de contaminación de las grandes ciudades, aumenta la venta de automotores y se conceden licencias para talar árboles sin contemplación. A quienes toman las decisiones poco les importa que estemos respirando veneno ni que estemos consumiendo plástico: un estudio piloto de la Universidad Médica de Viena y de la agencia austriaca para el Medio Ambiente, realizado con personas de ocho países, entre ellos Reino Unido, Japón, Austria y Rusia, demostró que sus heces contenían partículas de policloruro de vinilo (PVC), polipropileno, tereftalato de polietileno (PET) y hasta una decena de plásticos diferentes.
Los síntomas de esta enfermedad están a la vista, son como una lepra que va consumiendo sin tregua nuestro planeta:
El miércoles pasado, más de 11.000 científicos de todo el mundo advirtieron que es inevitable “un sufrimiento humano sin par” y pidieron la declaratoria de la “emergencia climática”. Como siempre ocurre, sus palabras se las lleva el viento que, a propósito, cada vez sopla más fuerte.
El mundo se deshace a nuestros pies, mientras los gobiernos y las grandes corporaciones se parecen a la orquesta del Titanic, indiferentes ante la tragedia anunciada.