Humor ad hominem

Autor: Alfonso Monsalve Solórzano
25 agosto de 2019 - 12:04 AM

La libertad de prensa y de expresión no pueden ser el escondite de los que violan derechos de los niños y los de la honra y buen nombre de los ciudadanos que no son de sus afectos

Medellín

Alfonso Monsalve Solórzano

El humor es una forma de argumentación muy potente y una formidable arma cuando se utiliza para defender o atacar personas, ideas o posiciones políticas, ya sea en un libro, un artículo, un video, una caricatura, etc.

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Las estrategias argumentativas con base en el humor se basan casi siempre en la exageración de ciertas características y situaciones, en el absurdo de las situaciones, que generan risa, y en el ridículo a un oponente. En el humor político funcionan todos estos elementos, pero en nuestro medio añaden otra, que ya he mencionado en distintas ocasiones: el argumento ad hominen, aquel en el que no se atacan las ideas sino las personas a las que ridiculizan no por lo que piensan sino por peculiaridades físicas, sus defectos, o por asignarles posiciones que en realidad no defienden, hasta convertirlas en la encarnación de algo que no son, pero el humorista quiere que sean.

De alguna manera, todas las estrategias argumentativas recurren a uno, alguno o todos estos métodos, pero en el humor político, es donde funcionan mejor. En una sátira, un artículo o una caricatura son determinantes. Y eso no es ni bueno ni malo en sí mismo. En realidad, son parte de la creación artística o literaria, y, además, su expresión en los medios y en las redes forman parte de la libertad de expresión. Todo político se somete a que exageren, lleven a situaciones absurdas y ridiculicen su aspecto físico, su forma de vestir y de hablar, su manera de actuar y sus posiciones. Y también a que se conviertan en víctimas de las obsesiones particulares de los autores. Cada cual tiene derecho a sus propios odios. Y cada cual tiene derecho a hundirse en su propio estiércol si sus sentimientos lo llevan a ensañarse contra su oponente. Libre desarrollo de la personalidad, como alguien enseñó. Si un caricaturista como ese que lleva el seudónimo de Matador, se apropia, junto con Santos, de la paloma de la paz - y sistemáticamente presenta a Uribe o a Duque como enemigos de esta, contra toda evidencia, porque se atreven a disentir de lo que firmó Santos, pero han manifestado que quieren una paz estable y duradera y han contribuido a que el acuerdo se aclimate sin gabelas especiales para individuos que siguen delinquiendo, y buscan que futuros acuerdos no entronicen la impunidad- si ese caricaturista hace eso, insisto, allá él.

Pero la fina línea entre el humor y la calumnia y la difamación es, además, difusa. El argumento ad hominem puede llevar a situaciones en las que se estaría violando el código penal. En la legislación penal de los países democráticos existen los delitos de injuria y calumnia, que se aplica en Colombia. Me pregunto si la libertad de expresión justifica esos ataques, con la excusa de que se trata la libertad de expresión y de prensa. ¿Por qué si los agresores no forman parte del mundo de los medios, tienen que responder ante las autoridades y estos señores no? El derecho a opinar no es absoluto.

Por ejemplo, ¿puede un articulista como Samper Ospina violar los derechos de una niña, para atacar a su madre? Amapola, la hija de la senadora Paloma Valencia fue víctima de cruel burla por parte de este señor que tiene la autoridad moral de un editor de pornografía (y perdonen mi argumento ad hominem). O ¿puede Matador presentar caricaturas como aquella en la que Duque, con cara de cerdo, reflexiona, diciendo que es el único uribista que no está cochino, o poner en los zapatos de Uribe dos ratas que van a marchar? ¿Acaso todos los uribistas, incluido Uribe, son cochinos? ¿Y los que marchan convocados por los uribistas son ratas?

El ejercicio del periodismo está especialmente protegido por la Constitución y por convenios internacionales, y eso está muy bien. Pero ¿cualquier caricatura o artículo están permitidos con el argumento de que crean opinión política y hacen contrapeso al poder, como dijo Dejusticia defendiendo la primera caricatura de las dos mencionadas? ¿El derecho a opinar, que no a informar, está por encima del derecho al buen nombre y a la honra de cualquier ciudadano?

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Es una discusión difícil, lo sé muy bien, yo que soy columnista. Pero es hora de que reflexionemos sobre este tipo de tradiciones. Comencemos por ser críticos ante este tipo de críticos, porque la libertad de prensa y de expresión no pueden ser el escondite de los que violan derechos de los niños y los de la honra y buen nombre de los ciudadanos que no son de sus afectos. Escribir, analizar, denunciar ante la opinión cuando sea pertinente, y llevar ante los tribunales los casos evidentes de violación de los derechos mencionados. Y exigir a los dueños de los medios, que haya la posibilidad de que autores con otras visiones tengan cabida en ellos, para no desinformar. Porque una opinión perversa causa desinformación. Lo contrario, exactamente de lo que debería ser la misión de un medio.

 

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