Periódicos y revistas dedican páginas y páginas a todos aquellos personajes sin trono y arruinados que conservan la aureola del título que a veces esconde una familia llena de cruces consanguíneos y defectos.
¿Qué es eso de la gente “bien” término que uno oye con tanta frecuencia? ¿Cuál es esa gente? ¿Dónde está? ¿De dónde viene? ¿A dónde va? ¿Bien qué? ¿Se es una persona bien porque se cree que sus padres lo fueron? Es decir porque ellos fueron correctos, ¿aunque uno ya no lo sea? ¿O por el contrario se puede ser bien sin que ni siquiera se hayan tenido padres conocidos? ¿O hay que haber tenido abuelos y bisabuelos correctos, casados, que se remonten hasta el primer Aventurero Español que pisó nuestras tierras, o hasta el primer Noble en Desgracia y en Destierro?
¿O se creó esa categoría en tiempo de los Virreyes o de la Independencia? Condes, duques, marqueses, barones, caballeros, llevaban títulos de nobleza porque habían sido “nobles” con su rey, porque le habían prestado un servicio especial. Algún gran cocinero obtenía su Condado; o algún hábil cochero, o algún sencillo campesino que había albergado una cabeza real de paso por su choza, obtenían su título de Caballero.
Aquellas personas en todo caso fueron en cierta manera buenas, “bien”. Sus hijos heredaron aquellos títulos y los terrenos que los acompañaban pero no necesariamente siguieron unos buenos ejemplos.
Con los cambios de gobierno cambiaban las noblezas. Si hubo unos nobles cuando los reyes, éstos cayeron bajo la cuchilla o quedaron en el pavimento.
Más tarde vinieron los nobles imperiales, creados por Napoleón.
Y cuando se chismorrea en la sociedad francesa siempre se comenta si la víctima pertenece a la vieja o a la nueva nobleza.
Los nobles rusos que lograron huir cuando la revolución siguen siendo nobles en París aunque trabajen como sencillos porteros de restaurantes. Ahora en Rusia se creó una nueva nobleza, aunque no se llame así, de sabios atómicos y astronautas.
Periódicos y revistas dedican páginas y páginas a todos aquellos personajes sin trono y arruinados que conservan la aureola del título que a veces esconde una familia llena de cruces consanguíneos y defectos.
Si se dice que Pedro el Grande de Rusia mató a su propio hijo, no sé si era de la zarina su primera esposa o de la segunda Catalina la Grande que había sido lo que hoy llamamos dama de compañía, de la propia zarina, con lo que todo esto conllevaría.
Buena burla hace de esa vida y de esos personajes la famosa novelista francesa Françoise Sagan en su libro Castillo en Suecia. ¡Leer!
Pero es justo decir que algunas de esas familias se han aferrado a sus tradiciones de corrección, aún en el torbellino de la vida moderna.
Por ejemplo, aunque la religión anglicana “creada” por Enrique VIII de Inglaterra, para hacer admitir su divorcio (o sus divorcios) como algo religiosa y moralmente correcto.
Luego la familia real inglesa intentó seguir sin admitir el divorcio, y así fue como Eduardo, el Príncipe de Gales, heredero de la corona inglesa, tuvo que renunciar al trono para poder casarse con Wallis Simpson, una divorciada norteamericana; y a Margarita Rosa la hermana menor de la actual reina Isabel no la dejaron casar con su divorciado novio Peter Townsend.
¿Y entre nosotros de dónde viene esa nobleza criolla que llaman la gente bien? ¿Quién la dio? ¿Quién la creó? No fue en todo caso el dinero, pues hay innumerables familias “bien” que se la pasan saltando matones, atando cabos, poniendo allí y quitando aquí, aparentando y sufriendo para sostener, mostrar o conservar una “posición” en la sociedad, para dejárselas a los hijos o para que éstos se conecten (por Internet!) y se casen “bien” aunque sea precisamente mal.