Llamar debate a una insípida reunión de candidatos con dos o tres periodistas o moderadores, quienes a veces asumen un papel más importante que los mismos aspirantes, es un desaguisado
No sé si aparezca o no en el diccionario de colombianismos la palabra masotes, que en los tiempos de upa utilizaban los niños para referirse a una de las variaciones intrascendentes que podían jugarse con las añoradas y pintorescas bolas de cristal.
Unas de ellas traslúcidas, otras de un solo color intenso y algunas más con arabescos que las hacían apetecer más entre la muchachada, siendo estas últimas precisamente las que menos exponíamos a perder en esos masotes que a la larga ningún detrimento conllevaban.
Dos párrafos son excesivo prefacio para afirmar que en eso se han convertido los publicitados pero inamenos debates programado por varios canales de televisión, por lo menos aquí en Medellín, con quienes aspiran -la mayoría de ellos sin mérito alguno– a regir los destinos del departamento y del municipio a partir de enero del próximo año.
Llamar debate a una insípida reunión de candidatos con dos o tres periodistas o moderadores, quienes a veces asumen un papel más importante que los mismos aspirantes, es un desaguisado y un despropósito que no guarda comparación alguna con contienda, lucha, combate, definición más sencilla y rápida que trae el diccionario.
A la cual podrían agregarse enfrentamiento, comparación, réplica, respuesta, contraposición, en fin, algo que marque diferencias sustanciales entre una y otra posición, máxime cuando quien las expone va a ser el vocero y representante de la ciudadanía en una variedad de temas y situaciones.
Necio sería mencionar en estas líneas nombres propios de unos y de otros, es decir de supuestos contendiente y orientadores de los tales debates, pero sí hay que afirmar de tajo que lo visto hasta el momento no ha pasado de ser un espectáculo mediocre con alto déficit de calidad.
Con perdón de los protagonistas, debe afirmarse que es imposible condensar en avaros y miserables sesenta segundos, y sobre todo convencer en ellos sobre determinado tema, a un público cada vez más escéptico y desconfiado de la clase política y de los gobernantes de turno.
Hay que señalar además que en su gran mayoría los actores de estos debates chimbos, y sobre todo los aparentemente favoritos o más fuertes, si es que asisten, llegan a ellos prevalidos de un capital significativo e incondicional, formado por aquellos a quien un ocasional contradictor no les va a cambiar su intención de voto, algo que tienen definido desde hace rato.
Con estos reparos no se pretende, ni mucho menos, que en el ámbito local sean emulados los formidables debates que han hecho historia en los Estados Unidos, origen de estas confrontaciones, pero tampoco aceptar tal grado de mediocridad.
Buena prueba de esto es que hasta el momento nadie puede recordar alguna tesis extraordinaria que haya sido escuchada, o una propuesta revolucionaria planteada por cualquiera de los candidatos que haya hecho o vaya a hacer historia, lo que da idea de la pobreza y escasez de algo que merezca la pena.
Infinidad de lugares comunes, muchas promesas de hacer y alta dosis de bla bla bla, nada sustancial que le haya dado un vuelco a la campaña que culminará en medio de esa aridez conceptual el próximo 27 de octubre, día hasta el cual seguramente habrá otra serie de debates chimbos como los realizados hasta ahora.
TWITERCITO: Estas áridas reuniones televisivas justifican el voto en blanco y la abstención.
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