Personas como Álvaro Lobo, la épica de su silenciosa actividad y el impacto profundo que logran con aquello que hacen, se convierte en un canto a la esperanza.
Conozco muy poco a Álvaro Lobo Urquijo. Lo he tratado en dos ocasiones y de manera muy tangencial. La cara de Álvaro no ofrece pistas. Quiero decir con esto que, al verlo, uno no intuye su oficio, no se alcanza a imaginar qué hace. Tal vez haya en él un halo de profesor, aunque no es decididamente contundente. Habla de manera reposada, no hay en Álvaro gestos grandilocuentes ni aspavientos. Pero entonces llega el momento en el que uno lo entiende todo cuando empieza a leerlo. Álvaro es una rara avis. Es un pensador.
En términos de curriculum, hay en él un hijo del municipio de Ocaña y un economista de la Universidad de Antioquia que, para confundirnos a todos, se destacó en el sector financiero. Pero no, lo estaba haciendo como un tránsito hacia lo que de verdad le gusta, porque lo decididamente cierto hoy, es que dirige la Editorial Pi, “sello que publica libros sin fines lucrativos sobre literatura, economía y filosofía”.
No he leído sino dos ensayos suyos: Crítica del Juicio, estética y finalidad, y Pintura. Ambos, con el sello de la Editorial Pi, son textos sobresalientes y dejan ver de manera clara a un lector avezado, un curioso impenitente, un hombre reflexivo.
En el primero, el filósofo Inmanuel Kant aparece deslumbrante en una poderosa síntesis de 86 páginas que da cuenta de los seis grandes temas que lo identifican: La crítica de la razón pura, la crítica de la razón práctica, la crítica de la facultad de juzgar, la belleza, la experiencia sublime, la Teleología.
Creo que toda la dimensión de Álvaro como lector, como estudioso y como ser humano, se refleja en esta nota acerca del texto: “La lectura de las tres principales obras de la filosofía crítica de Kant se realizó entre los años 2012 y 2017 en la diminuta y acogedora cafetería Deli de la Avenida La Playa, Medellín. El profesor Jairo Ibardo S. fue el orientador y animador de estas lecturas. A él mi agradecimiento”.
El texto Crítica del juicio, estética y finalidad, ofrece verdaderas perlas didácticas que acercan al lector a toda la trama y la urdimbre del universo kantiano: “Suele asociarse la ética de Kant al asunto del deber, lo cual resulta ser cierto, pero también se puede perder de vista que es una ética de la autonomía de la voluntad, es decir, de la libertad”.
O esta otra: “La famosa fórmula “no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti”, de las religiones monoteístas, es un imperativo hipotético, porque condiciona la conducta humana y conduce a una acción no por respeto a la ley, sino por un interés. Es contraria al deber moral”.
Ya en el segundo texto, Pintura, cuyo subtítulo es “ejercicio”, Álvaro nos conduce a lo largo de cincuenta páginas por un recorrido que nos lleva desde la cueva de Altamira y sus delirantes imágenes rupestres, pasando por El rapto de Perséfone por Hades, un fresco inusitado del período griego clásico, mostrándonos los prodigios de Giovanni Cimabue y el Giotto en la Florencia del siglo XIII hasta llegar a Manet en el siglo XIX, brindándonos una lección soberbia y muy kantiana además, sobre por qué “las obras de arte no son un reflejo de su tiempo, son el tiempo mismo”.
Personas como Álvaro Lobo, la épica de su silenciosa actividad y el impacto profundo que logran con aquello que hacen, se convierte en un canto a la esperanza. ¡Qué bueno haberlo encontrado! lo parafraseo: “Sapere aude”