Como un dibujo de Cuevas

Autor: Saúl Álvarez Lara
29 junio de 2020 - 12:07 AM

El momento tomó los segundos suficientes para darme cuenta de que no había cambiado, seguía siendo un dibujo de Cuevas: el ojo con mirada fija, la boca cerrada, la nariz amplia, el peinado alto, quieto, y los trazos cortos que parecen dibujados con distracción pero cada uno está donde debe estar

Medellín

Dibujo de Cuevas

 

Dibujo durante un embotellamiento en el periférico (1983), tinta sobre papel. Obra de José Luis Cuevas (México, 1933-2017). Tomado de http://www.artnet.com/artists/josé-luis-cuevas/dibujo-durante-un-embotellamiento-en-el-mytMNRaEWiyw12kpbsEkGg2

Sucedió en la televisión. En un programa sobre fotógrafos, una mujer, fotógrafa, muestra un libro con su trabajo a un señor que la entrevista en vivo. Pasan las páginas, reconocen los personajes y los lugares fotografiados, hacen comentarios sobre cada uno y sobre el momento de la foto. Cuando iban por la mitad del libro el señor pregunta ¿...y éste quién es? La mujer fotógrafa responde ¿no lo reconoces? es alguien cercano a ti y a mí. ¿Sí? dudó el hombre, su cara me parece conocida pero no sabría decir quién es. Después de unos segundos la mujer fotógrafa le dijo, eres tú, es el retrato que te hice hace unos años.

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Sucede con frecuencia. Me sucede. Sucede a todos. Si es así con nosotros mismos, debe ser, también, corriente con otros. El accidente en la tele, porque no es otra cosa, me trajo el recuerdo de un conocido a quien perdí de vista durante treinta años. Ahora, después del tiempo lo veo con frecuencia sin reconocerlo. Con esto quiero decir que lo ignoro, tal vez por temor al error o a la efusividad sin respuesta. Después de treinta años me pareció uno de los personajes de José Luis Cuevas, el pintor mexicano. Las expresiones atareadas de sus caras, los cuerpos enmarañados con trazos feroces que, en apariencia, van en todas direcciones y caen sin prevenir en cualquier parte a pesar de que todo, desde el inicio, es preciso, ninguna línea, ninguna sombra está fuera de lugar y a pesar de su apariencia pesada, son figuras ligeras. Así vi al conocido cuando lo reencontré después de treinta años.

Cada vez que recordé al conocido de antes lo vi como uno de aquellos personajes de Cuevas, a veces enmarañado, a veces a punto de partir, a veces feroz. No sé por qué sucedía así, no puedo tampoco decir que la mezcla de las figuras de Cuevas con el vago recuerdo del conocido hubiera sido así desde siempre porque sólo conocí a Cuevas en la primera mitad de los años ochenta cuando habían transcurrido ya por lo menos veinte años desde la última vez que el conocido y yo nos vimos o hablamos, no recuerdo. La sensación de que podría ser uno aquellos personajes apareció la primera vez que me crucé con él después de tantos años. Para decir la verdad yo no estaba seguro de que fuera el conocido de antes, supongo que él tampoco estaba seguro de que yo fuera yo. Nos saludamos a cierta distancia con una seña y nada más. Ni él, ni yo, preguntamos si éramos quien imaginábamos; fue una seña de esas que significan menos que un saludo y quedan fijas en el tiempo, quizá por miedo al error o a la efusividad sin retorno. Fue en aquella ocasión que el personaje de Cuevas hizo su aparición de pie, no muy distante, con trazos múltiples en todas direcciones pero en su lugar, manos detrás y expresión fija. Algunos trazos insinuadores de sombras, se movían por la figura. Así, con figura de dibujo de Cuevas, quedó fijo en mi memoria el conocido de otros tiempos.

Esto sucedió hace unos quince o más años. Después lo volví a perder de vista. Sin embargo, ya conocía a Cuevas, sus grabados y dibujos me producían el afán de dibujar o grabar como él, nunca lo logré, pero con frecuencia recordé el cruce fallido con el conocido. Después, una mañana, mientras hablaba del diseño de un libro con el editor en un lugar del centro comercial Sandiego, donde el café es fuerte y los buñuelos se distinguen porque los llevan a la mesa después de que explotan, el conocido con figura de dibujo de Cuevas apareció en un pasillo cercano. Lo reconocí de inmediato, no tuve duda, era el mismo que la coincidencia había convertido en dibujo del pintor mexicano. Ese día se limitó a caminar, mientras hablaba en su celular, por el pasillo que bordea las mesas. Los encuentros con el editor se repitieron con alguna frecuencia durante aquellos días en el mismo lugar y siempre el conocido está por allí, algunas veces pasa por el pasillo, otras, ocupa una de las mesas vecinas. En ocasiones va acompañado por personajes que también parecen dibujados por Cuevas. La visión es contagiosa. A fuerza de verlo cada vez que me encuentro con el editor en ese lugar, extraño cuando se demora en aparecer o se disimula entre la gente, sin embargo los personajes de Cuevas no tienen parangón y casi siempre de un momento a otro aparece.

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Una vez definidas con el editor las portadas de los libros no volví al centro comercial y tampoco a ver aquel conocido de otros tiempos. Hace poco más de un año, una mañana, en el pasillo estrecho de un supermercado vi venir, desde el extremo opuesto, un cliente empujando un carro, nada extraño en él solo que veo poco de lejos. A medida que nos acercamos la figura con el carro de compras vacío fue tomando forma de dibujo de Cuevas y cuando ya estuvimos a pasos de distancia caí en la cuenta de que era el conocido aquel y, además, que no había espacio suficiente en el pasillo para dos clientes con sus carros. Como había sucedido ya en los encuentros anteriores solo un gesto de parte y parte fue el saludo, seguramente por los temores mencionados. El momento tomó los segundos suficientes para darme cuenta de que no había cambiado, seguía siendo un dibujo de Cuevas: el ojo con mirada fija, la boca cerrada, la nariz amplia, el peinado alto, quieto, y los trazos cortos que parecen dibujados con distracción pero cada uno está donde debe estar. Nada había cambiado en la figura que siempre vi cuando nos cruzábamos y él iba y venía por el pasillo mientras hablaba por celular y yo esperaba detrás de un café y un buñuelo reventado la llegada del editor. Ahora, en el pasillo del supermercado frente a mí tenía el mismo dibujo. Creo que intenté un saludo, una seña, una levantada de ceja en el momento en que nos cruzamos convertidos, él y yo, en figuras tan delgadas como hojas de papel hecho a mano, ideal para dibujos o grabados, sin incomodarnos y sin interrumpir nuestro paso por el pasillo estrecho. Entonces caí en la cuenta de que él también, durante los años de cruces sin reconocernos, me había visto como un dibujo, un grabado, ojalá de Cuevas, me dije, y por eso nuestros saludos solo pasaban de una seña siempre igual.

Medellín 2020, reescrito durante los días del confinamiento.

 

© Saúl Álvarez Lara 2020

 

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