La XII Cumbre Presidencial de la Alianza del Pacífico, que se clausuró el viernes en Cali, donde Colombia recogió de manos de Chile la presidencia pro témpore del mecanismo, dejó un mensaje claro y contundente: este esfuerzo de integración es el más importante del hemisferio en la actualidad. Lo dicen los números, que en solo seis años lo ubican como la octava economía mundial, y lo dice el ambiente sincero y la empatía entre los mandatarios de Chile, Colombia, México y Perú, cuya visión del futuro está basada en la coincidencia y en el respeto por los principios de la propiedad privada, el libre comercio y promoción de la inversión extranjera, que permiten armonizar las diferencias ideológicas menores que tienen entre sí.

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Tal coincidencia crea la oportunidad para que el éxito surja entre la complejidad que entraña conciliar los intereses específicos de cada miembro con las oportunidades de trabajar y negociar en bloque. Para Colombia, la Alianza es la coyuntura ideal para superar el error histórico que, en su momento, cometió al no mirar al Pacífico y quedarse por fuera de iniciativas como la Apec o el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP).

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No es oportuno ahora evaluar los logros más recientes de la Alianza, los cuales por sólo estar formulados, requerirán de tiempo para mostrar sus resultados. Especial atención depositaremos en el Fondo Común para la financiación de infraestructura, llamativo por lo que propone pero del que habrá que esperar a conocer su letra menuda; igualmente, el Acuerdo para la homologación tributaria de inversiones de fondos de pensiones, un mecanismo que facilitará la circulación de capitales y nuevas inversiones; o el Bono de riesgos catastróficos, que garantizaría el apoyo inmediato y mutuo entre las naciones, afectadas por amenazas comunes como las sísmicas. En fin, hay una larga lista de iniciativas bien intencionadas cuya efectividad irá mostrando el paso del tiempo.

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En el amplio menú de acuerdos, destaca la creación de la categoría de Estados Asociados, iniciativa novedosa que se encamina a ampliar la alianza y hacerla depositaria de los esfuerzos integracionistas de la macro cuenca del Pacífico, cuyo verdadero valor empezará a notarse tan pronto comience la etapa de negociación de cada uno de los cuatro países asociados (Nueva Zelanda, Australia, Canadá y Singapur) con el bloque. También llamativa fue la idea propuesta por Colombia en el sentido de delinear un Plan Estratégico a 2030, con objetivos, metas e indicadores medibles, pues ratifica la idea de que la Alianza es una propuesta seria y de largo plazo.

Siendo, pues, el más sólido esfuerzo de integración, la Alianza del Pacífico tiene la vocación de sustituir el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), algo totalmente alcanzable. Entre los doce signatarios del TPP están Chile, México y Perú, así como los cuatro nuevos asociados, de modo que solo quedarían ad portas de integrarse, por un lado, Malasia, Vietnam y Brunei y por otro, Japón y Estados Unidos. Es claro que, en manos de Donald Trump, este último no va a participar, pero Japón, al que al parecer solo le interesaba el mecanismo para materializar en la práctica un TLC con Washington vía el bloque, se le podría convencer de sumarse más temprano que tarde, dado el carácter medianamente similar del tamaño de las economías participantes y la ausencia de una potencia (EE.UU.) que desequilibre la dinámica. Y, por otro lado, la Alianza se ha empeñado en rescatar del Mercosur las bondades que afloren cuando el mecanismo sea descontaminado de la ideologización venezolana y de los vestigios del “kirshnerismo” argentino, tarea en la cual Chile ha asumido un papel determinante.

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Frente al año de Colombia en la presidencia pro témpore, que coincide con el último año de gobierno del doctor Juan Manuel Santos, esperamos que avance positivamente en todas las líneas de trabajo pero, ante todo, esperamos que el mandatario pueda ratificar sus convicciones en la Alianza como el modelo que permitirá verdaderamente el desarrollo económico sostenible de Colombia mediante la reconstrucción de la confianza y de la inversión extranjera, fallas que requieren ser remediadas con urgencia. Está claro que, en el contexto mundial, ningún país solo lleva las de ganar. Únicamente en bloque podremos asumir los retos regionales con perspectiva global en tiempos del aislamiento proteccionista que sopla del norte y de los embates socialistas que acosan desde Venezuela.