Restos del chavismo (2)

Autor: Sergio de la Torre Gómez
6 mayo de 2018 - 12:09 AM

Deben atornillarse en la silla, como Maduro y Diosdado, que son el espejo en que se miran hoy y en el mañana.

Sorprende la ligereza con que el periodismo serio y comentaristas muy leídos de Latinoamérica toman lo acaecido en Nicaragua. Todos concuerdan en que las últimas masacres y disturbios callejeros muy probablemente llevarán a un acuerdo entre las partes enfrentadas, auspiciado por la jerarquía eclesiástica, que ahora espera la apertura del consabido diálogo. El cual en las actuales circunstancias no sirve sino para dilatar la crisis hasta que se diluya por sí sola, como en Venezuela cuando la mediación del Vaticano le permitió a un gobierno asfixiado e impotente recobrar el resuello, gracias al acucioso Pontífice, cuya presencia en Caracas convalidó de hecho las tropelías de ese gobierno, legitimándolo de paso.

Lea también: Restos del chavismo
En Nicaragua, como pintan las cosas, negociaciones sí habrá (le caen como anillo al dedo a una satrapía hoy repudiada con indignación por el mundo civilizado), pero arreglo, en esta fase, no habrá. Ni de parte de la oposición, que, tras la brutal, repetida arremetida contra manifestantes inermes que protestaban en paz no tiene otra opción que insistir en la renuncia del sátrapa. Tampoco hay disposición para un arreglo equilibrado por parte de Ortega y sus compinches, que no se arriesgan a soltar las riendas porque saben que, sin ellas, en la llanura, serán presa fácil de la justicia nacional e internacional por genocidas y venales. Y en consecuencia deben atornillarse en la silla, como Maduro y Diosdado, que son el espejo en que se miran hoy y en el mañana. Con una tal pandilla no hay que hacerse ilusiones, en cuanto a su voluntad de transar o aflojar. Menos aun sabiéndose hundida hasta el cuello en el cenagal de la corrupción, de la que también se lucran los altos mandos militares. Como en Venezuela, repetimos, donde por primera vez en su historia republicana, los generales se empecinan en sostener un régimen fracasado e incompetente, pues ahí les va la vida y, para empezar, el bolsillo.

Además: La amenaza que ronda
Es de advertir que en la marejada populista que bañó a Latinoamérica en los últimos lustros, hay que distinguir dos modelos: los gobiernos civiles, por así llamarlos, que se reeligen, pero acaban cediendo su espacio cuando, por simple saturación, les resulta engorroso seguir amañando referendos y comicios. Ejemplos: los Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, Correa en Ecuador y el propio Evo en Bolivia, quien no tardará en declinar, cuando no se le admita enmendar por tercera vez la Constitución para postularse, y abusando de los recursos del Estado, lo beneficiarse de nuevo en un escrutinio amañado. El otro modelo es el de los gobiernos de corte castrense que también abusan de la reelección, pero, cuando se les agota tal mecanismo, de por sí tortuoso, sin escrúpulo alguno, para silenciar y reducir la contraparte, se valen de cuanta arbitrariedad se les antoje, no importa cuán rebuscada o desafiante sea: matanzas masivas en las calles, cárcel, inhabilitación de candidatos rivales, cooptación de las Cortes. Pues estos chafarotes fueron elevados a la cúpula estatal con todos los gajes y ventajas que ello trae. O sea que en el andamiaje institucional ya no son ellos el último recurso de que suele valerse una nación desesperada por restablecer la legalidad cuando se la vulnera por más tiempo del soportable. Siempre fue esta una tradición, en el continente y el Tercer Mundo, interrumpida en Venezuela y Nicaragua quién sabe hasta cuándo.

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