Notas añadidas

Autor: Sergio de la Torre Gómez
10 junio de 2018 - 12:08 AM

La elección presidencial aquí cada vez se asemeja más a una competencia de atletas o, dicho en sentido figurado, a un reinado de belleza, si juzgamos por la manera como se evalúa a los concursantes

Se atribuye la reciente derrota del partido Liberal a razones o causas pasajeras y no a lo de fondo, que realmente ocasionó el insuceso. Como si, mutatis mutandi, el percance de Hidroituango que nos tiene en vilo lo achacáramos a contingencias menores del clima o el paisaje y no a fallas estructurales o geológicas no detectadas a tiempo o que detectadas se descuidaron. Recordémoslo de nuevo: la catástrofe política que hoy nos ocupa es producto de una crisis, o mejor, de una enfermedad que viene de muy atrás, como ya intenté explicarlo en esta columna.

Vea también: De tumbo en tumbo

¿Qué tiene de sorprendente que Humberto de la Calle no hubiera llegado al umbral exigido a toda formación política para reconocerle existencia jurídica, con las prerrogativas y ventajas que ello trae ? Si ya unos meses antes se había efectuado una consulta comicial entre dos aspirantes a la candidatura, el mismo de la Calle, que la ganó estrechamente, y el senador Cristo. Consulta que por ambos arrojó apenas unos cuantos sufragios más (¡cómo encaja de bien esa palabra en este episodio!) de los que obtuviera él mismo en mayo, y que no alcanzaron el mínimo del 3% requerido para que un partido golpeado pueda sobrevivir y reclamar al menos la correspondiente reposición de gastos.

O sea que este partido, por improvidente, ya había sufrido un primer descalabro en la contienda electoral en curso. Y lo habían contado con un resultado igual de bochornoso, que mal podía mejorar siendo dicho resultado expresión de una tendencia, de esas que se dan en la política y son irreversibles. Poco se cuidó la colectividad de reincidir en los mismos errores , como lo manda el más elemental de los instintos, que es el de conservación o supervivencia. Para colmo de males, tal faena, de tan triste final, costó la friolera de 43.000 millones de pesos. Nunca la democracia, proporcionalmente hablando ,le había salido tan cara al fisco. Se trató aquí de un proceso interno en el que nada tiene que ver el resto de los colombianos que pagan sus impuestos. Faena irresponsable hasta más no poder por lo gravosa, y sobremanera torpe por las consecuencias nefandas que trajo, y que deben ser entendidas como un castigo de la opinión pública, por dos razones: el derroche inoficioso y la frescura con que se cometió, contra toda previsión y advertencia.

No olvidemos que la elección presidencial aquí cada vez se asemeja más a una competencia de atletas o, dicho en sentido figurado, a un reinado de belleza, si juzgamos por la manera como se evalúa a los concursantes, enfocada en el porte y apariencia que, a juicio de los medios, pesa más que el talante y las propuestas. Por ejemplo, del doctor Duque se dijo hasta el cansancio que se había teñido el pelo para no aparecer tan joven. Y a Vargas Lleras lo descalificaban por “malencarado”, mientras de otros se alababa su garbo y donosura. En tales circunstancias un personaje como de la Calle, con el aire severo y doctoral de Alberto Lleras que le es propio, no encajaba, pues el electorado al seleccionar su favorito, no siempre se guía por los mismos motivos y razones de antaño, cuando lo que primaba era la adustez, el aplomo y la aptitud . Ahora cuenta más el carisma, que suele confundirse con el encanto o glamour. Tal vez sea ello efecto del medio en que vivimos y respiramos . Averígüese si no cómo y por qué salió elegido el doctor Andres Pastrana hace 20 años. Si no fue, agregada a sus evidentes atributos mentales, por su envidiable y radiante lozanía, que tanto conmovía a las señoras y de la que carecía su rival Horacio Serpa. Se nos agota el espacio, mas no el tema, que, con la venia del gentil, abnegado lector, continuaremos luego.

Lo invitamos a leer: La senectud de los partidos

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