La batalla de Medellín

Autor: Álvaro González Uribe
10 agosto de 2019 - 12:05 AM

Los nombres de batallas de la Independencia de las calles de Medellín son una macabra premonición de sus altos índices de homicidios, sus batallas y su violencia.

Medellín

Álvaro González Uribe

Hace 200 años la Batalla de Boyacá selló militarmente nuestra independencia de España. Pero no selló nuestra paz.

Boyacá.

Lea también: El control territorial de Medellín

Desde hace 200 años y mucho antes todas las sociedades se rebullen en constantes y diversos conflictos: Independentistas, étnicos, políticos, económicos, limítrofes, regionales, religiosos. En Colombia ya es vieja la discusión sobre si hubo o hay conflicto armado nacional según el interés político y el derecho internacional. Omitiendo ese debate, ¿hay o no conflicto armado en un territorio con elevados índices de homicidios en un lapso? Creo que sí lo hay. Una ciudad como Medellín que desde hace cerca de cuatro décadas presenta tantos asesinatos tiene que ser teatro de un conflicto armado interno muy grave.

Junín.

Juniniar, matar el tiempo, matar… Como una macabra premonición varias calles de Medellín fueron bautizadas con nombres de batallas o de lugares de acciones bélicas de la Independencia. Deliberadamente acá no daré cifras porque no quiero dar pie para polemizar con cantidades que fluctúan según la fuente pero que sus diferencias no son mayores teniendo en cuenta, además, que siempre son altas. No voy a caer en esa trampa de cifrar que deshumaniza y que vuelve la muerte -y la vida- en un frío guarismo. No. Ni usted amable lector ni yo ni sus familiares y amigos queremos ser una cifra si nos matan por ahí en la calle sea por lo que sea. Lo importante es saber que en Medellín desde mediados de los años setenta los homicidios por cada 100.000 habitantes han venido ascendiendo, permaneciendo, bajando, subiendo pero siempre son escandalosos para el mundo. No para nosotros y ahí el problema.

Pichincha.

Así por razones políticas o legales algunos lo nieguen, al margen de cualquier razón una ciudad donde cae muerta tanta gente año a año, mes a mes y día a día tiene un gravísimo problema interno. No importan las causas de las muertes y quiénes sean las víctimas. Hay asesinatos y asesinados, ¡muchos!, y con eso basta para diagnosticar una enfermedad social. Y, además, si esos asesinatos se cometen casi en su totalidad con armas, la mayoría de fuego aunque también blancas, pues se trata de un conflicto con el apellido de armado.

El Palo.

Sí. En Medellín hay un conflicto armado desde hace muchos años. La batalla de Medellín. Medellín batalladora, resiliente o indulgente. Las cifras con fuente en diversas entidades públicas y privadas no muestran otra cosa. En calles, casas, establecimientos y descampados de Medellín se libra una cruenta batalla. Y no solo en Medellín, es en todo el Valle del Aburrá. Por ejemplo, en los últimos años Bello es un campo de batalla mortal. No importa si quienes caen tienen antecedentes penales o no, no importa si “por algo sería”. Son vidas que dejan de serlo y, en especial, son vidas de jóvenes la gran mayoría. Siguen naciendo para no ser semilla, si es que ya no lo han sido casi niños que es otro drama.

Palacé.

Lo grave es que a la mayoría de residentes en Medellín no le importa lo que ha pasado y está pasando en su ciudad, en el valle del río Aburra y en sus laderas. A veces porque son muertes socialmente lejanas así ocurran al frente, a 20 o a 100 cuadras. “Por algo sería”. O a veces porque toca hacerse el de la vista gorda o porque la costumbre vuelve la muerte en vida cotidiana para poder seguir viviendo en cierta sanidad mental. “¿Qué más podemos hacer?”.

Maturín.

La muerte en Medellín

Cuando la muerte se vuelve común es que la vida de otros no importa. Imagen cortesía

Cuando los asesinatos se vuelven paisaje se pasa la frontera. Es el peor síntoma de la enfermedad. El muerto tirado en el piso solo es un estorbo en el camino para el transeúnte o para el conductor, o es una cifra para las autoridades. Cuando la muerte se vuelve común es porque la vida de los otros no importa y ese es el peligro inadvertido por quienes así piensan: Si para mí la muerte es ajena y por tanto no me importa, para los ajenos mi muerte también es ajena y qué más daría. ¿Hemos pensado eso?, ¿que nos pueden matar sin que importe con excepción -quizás- de familiares y amigos?, ¿que también somos ajenos? Sin embargo, ese no es el punto -el del peligro propio-, no lo puede ser: No es moral ni ético que solo me importen los asesinatos cercanos social o familiarmente. Ahí ya hay una tara mental y cuando es colectiva es una tara social.

Bomboná.

“Por algo sería, es entre ellos, es un reacomodamiento territorial, por eso yo no doy papaya” y frases por el estilo son la pus que muestra una grave infección social.

Ayacucho.

Y tenemos barrios donde hay que pedir permiso para entrar, ¡barrios enteros! Yo lo sé. Quizás usted lo sabe. Demarcados por fronteras de cristal letal. Barrios que son repúblicas independientes. Las autoridades lo saben. Barrios que son campos de batalla, a veces en calma chicha porque hay un combo que prohíbe que otro combo o que a cualquiera le dé por matar. Solo ellos tienen a licencia. Ese combo ostenta el monopolio del barrio, de la muerte y de la vida.

Carabobo.

Barrios de batalla, lo cual no quiere decir que siempre maten a sus vivos allí. En ellos ocurre la causa y los matan allí o en otro lugar. Pero allí es el origen material. Solo material porque los hilos del crimen tienen orígenes en muchos lugares. Son barrios que como cualquier otro hacen parte de Medellín: Nuestra Tacita de Plata, la de la eterna primavera, la misma ciudad de los silleteros, la innovadora, la de la Feria de las Flores, ¡ja!

Lo invitamos a leer: Las ruinas del patrón

Orión.

¿Será que en Medellín tendremos la calle Orión, la carrera La Escombrera o las avenidas Villatina, Oporto o Mariscal? Y nos faltarán calles para el gran museo callejero de la memoria porque han sido muchas las batallas, las masacres, las bombas, las violencias y las lágrimas. Recordar cuando nunca más para que nunca más.

 

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