El esperpento político

Autor: Darío Ruiz Gómez
26 marzo de 2018 - 12:09 AM

A una colectividad histórica como el Partido Liberal decisiva en la fundamentación de la democracia colombiana no se le puede dar un entierro de tercera

Analicemos, una vez más en detalles aquel dictamen de Marx que tanto se cita sin comprenderlo: la historia se da dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. Napoleón Bonaparte se hundió después de haber sufrido destierro, incomprensiones y de haber fracasado militarmente en la batalla de Waterloo. Veinte millones de soldados franceses murieron en sus guerras, parte del pueblo que lo amó. Aquí nace, como recuerda Hegel, el hombre histórico y la idea de la Historia como el reino de la infelicidad. En el cuadro de Louis David lo vemos rodeado por la gloria en su momento de coronación, su imagen melancólica en el destierro de la isla de santa Elena figuró como cromo en los interiores de muchos republicanos en Colombia. Su fracaso fue la medida de su sueño de apertura de la política hacia la razón. En esto reside lo trágico. Napoleón III como farsa ilustró lo que supone para un país el hecho de que su clase política se convirtiera en una caricatura social: los burgueses de ese remedo de República se disfrazaban de patricios romanos, en el Foro los políticos creían dirigirse no a los ciudadanos sino “a la Historia”. De ahí surgió el estilo Imperio tanto para hombres como mujeres, pues Luis Napoleón se llegó a creer un emperador romano y no un dirigente de la república. La farsa los llevó a imponer como su estilo arquitectónico un neoclásico melcochudo donde el mármol se sustituía por el yeso pintado para dar el efecto visual de ser una arquitectura auténticamente romana. En la farsa quienes participan de ella terminan convertidos en ella. Lo primero que hicieron dos políticos pertenecientes a la farsa, después de estas últimas elecciones, fue celebrar pomposas cenas con invitados especiales para “tomar decisiones”. De este modo creían estar en la “escena histórica” cuando lo que les exigía la ciudadanía era que estuvieran aquí en la dura realidad cotidiana. Fotos para las revistas del corazón y no una preocupación verdadera por la suerte de la democracia. Es la falsificación de las palabras y el recurso criminal de la retórica populachera, el “Idola Fori” que Carlos Arturo Torres aplicó a los falsos ídolos del mercado que desvirtuaron la posible legitimidad de las ideas políticas.

Lea también: El desgaste ideológico

A una colectividad histórica como el Partido Liberal decisiva en la fundamentación de la democracia colombiana no se le puede dar un entierro de tercera por parte de dos pintorescos personajes como De la Calle y César Gaviria actuando a la manera de viejos gamonales pues tal como lo demuestran las encuestas, la traicionada base popular del Partido ya está señalando su derecho a escoger libremente a su candidato a la Presidencia. Lo que estamos definiendo, repito, es un modelo de país donde la democracia necesita erradicar para siempre la farsa en que ha caído la política colombiana. La democracia no necesita de falsos ídolos, busca un lenguaje sin trampas. Si Chávez ya era una caricatura, Maduro es un esperpento en cuya ampulosidad demagógica se mira Petro. Una auténtica vida civil no necesita de farsantes electoreros sino dar paso al derecho a la felicidad, a una vida civil donde los valores cívicos sean los que legitimen el derecho a la diversidad y a la tolerancia.

Vea además: Parálisis cerebral

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