Tratan de suplir y compensar en algo, la compañía y la presencia física frecuente que ya no se puede dar
Si hay un tema delicado de tratar, al cual estamos todos, absolutamente todos convocados, es el tema de enfrentarnos a la vejez y en algunos casos, a la ancianidad. Las épocas han cambiado y algunas costumbres y tradiciones que dábamos por sentadas y por obvias, hoy ya no tienen validez. Nuestros padres nos tuvieron y nos criaron en su juventud, mientras nosotros los estamos acompañando en su vejez y en su ancianidad, en medio de nuestra adultez. He aquí, el gran desencuentro. Si hay algo indiscutible es el amor y/o la gratitud que estamos prestos a demostrar. Lo económico, aun cuando no abunde, se suple o se consigue. La gran encrucijada y la gran restricción, es el tiempo a dedicarles, ya que las obligaciones de nuestro tiempo, y las responsabilidades propias de la adultez con la crianza de los hijos, los compromisos y las actividades laborales y las crecientes dificultades de movilidad, restringen la disponibilidad de acceder a ese recurso vital, tan escaso que es el tiempo.
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En nuestro medio, en las familias numerosas de antes, la tía soltera, las hermanas mayores, los hijos no casados, estaban ahí, presentes, habitando la casa de los padres y de alguna manera obvia, pero marginal, estaban ahí, estaban cerca, y la compañía y los cuidados básicos hacia los padres mayores, estaban asegurados.
El momento actual es diferente y trae su propia realidad. Tiene familias no tan numerosas, que tempranamente han visto como los hijos forman sus hogares y los padres se quedan en su casa, acaso con alguna persona que ayuda en los oficios caseros, mientras los hijos vía telefónica o con visitas entre días o semanales, tratan de suplir y compensar en algo, la compañía y la presencia física frecuente que ya no se puede dar y que el afecto y la preocupación por el bienestar de los padres hace necesaria.
En lo económico, el ajuste que hay que hacer cuando se inicia el período de jubilación es real, ya que difícilmente la jubilación alcanzará a cubrir el total de los ingresos anteriores. Padres previsivos sabrán capotear esta situación gracias a sus ahorros, pero otros, dependerán de la posibilidad de ayuda que los hijos puedan aportar, lo cual genera, como es apenas lógico, algunos inconvenientes, ya que no siempre es posible. Lo complicado del asunto se presenta cuando hay problemas de salud y se presenta una hospitalización larga o frecuente, o cuando la enfermedad lleva a una limitación del movimiento o del desplazamiento del enfermo, o cuando simplemente se presenta una caída tan frecuente en esas edades, que lleva generalmente a fractura de cadera. ¿Quién tiene el tiempo para acompañar en las noches? ¿Existen recursos para contratar una enfermera? ¿Es posible conseguir una enfermera? ¿Se acomodan las personalidades y los temperamentos de los ancianos a convivir con un extraño 12 o 24 horas? ¿Cómo organizar el aspecto logístico para llevar al enfermo a las citas médicas o a los exámenes médicos? ¿Cómo atender a los padres sin descuidar el propio hogar? ¿Cómo sacar de donde ya no existe, la paciencia suficiente para continuar? ¿Cómo evitar el agotamiento físico de quienes más se comprometen con el asunto?
Todos estos interrogantes, y otros más, todos complejos, deben ser resueltos en medio del respeto que estas personas mayores merecen, sabiendo que hay que tomar decisiones y que de alguna manera ellos reaccionan ante la evidente falta de capacidad de irse valiendo por sí mismos, como era su costumbre. La vejez es sinónimo de dependencia y este aspecto humano y sicológico acaba de enredar el asunto.
La situación es absolutamente normal y todos en mayor o menor medida nos aproximamos hoy al cuadro que acabamos de describir y lo viviremos desde el otro ángulo cuando seamos nosotros los viejos, los dependientes.
Si tenemos la fortuna de padres con buena salud pero de cierta edad, el interés permanente por saber si están bien, si amanecieron, atardecieron o anochecieron bien, es una constante preocupación.
Tratamiento diferente para aquellos que llegan a la vejez y a la ancianidad sin hijos. Ahí si como dice nuestro filósofo Pambelé, “es mejor ser rico que pobre”, ya que con recursos, la situación se hace un poco más llevadera, aun cuando no garantiza un final feliz. Recordemos el triste final del multimillonario Howard Hughes, abandonado a su suerte en medio de su riqueza.
Reivindico de manera personal el derecho a morir dignamente y la eutanasia para casos terminales.
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Cada etapa de la vida debe ser vivida plenamente, siempre y cuando las capacidades mentales y físicas lo permitan. De otro modo, el ocaso estará lleno de nubarrones y el amor se desgastará ante la impotencia y la preocupación.
Quienes ya están en esta etapa de la vida, pues a disfrutarla y a enfrentarla. Los jóvenes y los más mayores, debemos realizar una transformación cultural y vislumbrar como posibilidad cierta, ya como inversión, ya como alternativa, el acceso a los establecimientos Senior, donde de manera especializada se pueden encontrar una serie de servicios y atenciones que se requieren a cierta edad, y que permiten mantener la independencia con respecto a los familiares, si los hay, evitando molestias y aprovechando espacios adecuados y confortables.
Ya lo decían los griegos: “Los elegidos de los Dioses, mueren jóvenes”. Preparémonos entonces para el camino que tendremos que recorrer. Inicialmente llenos de paciencia, fortaleza y templanza para acompañar a los nuestros y posteriormente para sobrellevar nuestra propia realidad.